viernes, 31 de agosto de 2007

Ayer fue el día de los Desaparecidos

…y yo recuerdo.

Eran dos chicas lindas Estela y Graciela. Mirables para los compañeros del Nacional Buenos Aires. Hermanas mellizas, habían ingresado brillantes. Lindas e inteligentes.Los varones veían en ellas, sin embargo, dos compañeras más en el transcurso del bachillerato intenso en estudio y trabajos. Mas llegaron las tremendas, terribles noches del 76 y en las familias del glorioso Buenos Aires, como en otras instituciones, jamás imaginaron lo que sucedería. Las dos estaban de novio. Estela con Gustavo y Graciela con Germán.

El sábado en que se suponía festejaban el cumpleaños de Inés, el departamento de sus padres se llenó de gritos, insultos, patadas y sangre. Ellos entraron en tropel como toros salvajes. Con un par de culatazos tiraron la puerta abajo y Beatriz y Miguel fueron tomados de sorpresa. A ella le destruyeron la cara preguntando en cada golpe por sus hijas y a él, también a punta de fal lo obligaron a buscar libros, dinero, todo lo de valor que hubiera en la casa. En medio del horror, pidiendo basta, creían que eran vulgares y despiadados asaltantes.Beatriz apenas veía en medio de la sangre que le cubría su cara, pero los borceguíes y el uniforme verde, sí vio. Él aguantaba y ella gimiendo decía que las chicas estaban en un cumpleaños.Después de dejarlos semi muertos, la vivienda saqueada, revuelta, se fueron como entraron, en las sombras, propio de malandras.

La búsqueda que comenzaron fue infructuosa, colegio, iglesias, gente de la policía, ejército. Nada. A las hijas no las volvieron a ver hasta el día que por debajo de la puerta asomó un sobre. En una carta decía Graciela que no se alarmaran, que tenían poco tiempo para pasar a Uruguay, que necesitaban los documentos de las dos, que la esperaba en el café de La Paz al día siguiente a las 5 de la tarde. Al mismo tiempo le advertía que nada les comunicara a Inés y a Rodolfo, el profesor de Gimnasia.

Beatriz preparó los documentos y dada mi relación con ellas por haber sido mi rectora en el bachillerato, me había hecho amiga de Graciela. Esa misma noche me llamó y pidió que la acompañara. No podía dejar de hacerlo. Graciela era mi amiga. Las chicas eran hijas de Beatriz. Estela era muy reservada y distante y por momentos misteriosa. Daba la impresión de ocultar y ocultarse.

Me senté cercana a ellas .Jamás olvidaré el instante febril en que Graciela se dio vuelta, desde la mesa que ocupaba con su madre en el café, a la hora señalada. Comprobé que la quería como nunca y presentí que no la vería más. Pasada una media hora se retiró primero ella y luego la madre que me esperó en la esquina de Corrientes y Paraná, hasta que me acerqué como al descuido Tomamos un taxi, bajamos en Plaza Flores y sentadas en un banco de la plaza, frente a la iglesia San José de Flores, entre la gente, la iluminación, las campanadas y las miradas furtivas de Beatriz a uno y otro lado me refirió que nada había sabido hasta ese día.

Germán militaba con Estela y por ende estaban marcados los cuatro Y el pedido de la no trascendencia de el viaje se debía a que tanto Inés como Rodolfo, eran un s´mil de Astiz en más jóvenes. Ignorante de todo, lloré por ellos. Jamás me escribieron. Jamás los volví a ver.

Cada 24 de marzo voy a la Plaza con Beatriz y su pañuelo blanco.

martes, 28 de agosto de 2007



22 años
Año 2000 . Si el bar de Independencia y La Rioja no estuviera medio vacío, no la habría visto. En una mesa para dos, mirando hacia la calle, está Laura. Laura con el mismo ángel. De negro, con un gran escote y haciendo, como siempre, rulos en el pelo con la mano derecha. Ese gesto tan conocido. Trato de asegurarme, pero impulsivamente camino hacia ella. Estoy seguro que es ella. Han pasado 22 años.
Año 1978 . Es una nena, una adolescente. Alumna en Independencia y yo titular de la Cátedra: - Profesor Quiroga. ¿Le puedo hablar? Mientras recojo los libros y el piloto, la miro. Unos ojos profundos negros, picarones, me paralizan desde una cara ovalada con pelo largo. Cargada de libros y apuntes, con su mano derecha se acaricia un mechón de su pelo brillante. --Profesor, no puedo conseguir los apuntes de la clase pasada. ¿Tendrá una copia? La vuelvo a mirar antes de contestarle. Los ojos negros me atraen como jamás otros lo han hecho. Le digo que sí; la veo irse, graciosa, contenta, envuelta en algo así como una bufanda ancha, sus jeans y sus botitas cortas. La clase siguiente la llamo con un gesto y le doy los apuntes.
Esto, esto de Laura...el día que le doy los apuntes supe ya que iba a ser especial. Al salir de Independencia la encuentro en la puerta y así como así, la invito al bar. Nos vemos cotidianamente y café tras café me enamoro con todo. No nos separamos más. La misma ideología, la misma música nos unen en un círculo perfecto, en tanto dejo a Clarita, ( mi mujer) y la nena, olvidándome de todo. Los ojos de Laura son mi sostén y mi fuerza para luchar. Mis ideales y ella. Nos aferramos a una suerte de valentía, miedos, lucha. Después de cada reunión, en soledad de dos, repasamos lo hablado, lo vivido. Yo sigo en la Facultad....y un día, Tere, interrumpe mi clase desesperada. Laura no aparece por ningún lado. Como loco me muevo por todos lados. Agotados todos los resortes que dispongo y no tengo más donde ir, me siento morir. Me acobardan la angustia y el miedo. Falto a dar clase. Dejo la Facultad. Empiezo a tomar. Los días y las noches son iguales para mí. No me acuerdo cuándo Juan me rescata del infierno… paso un largo tiempo en un hospital; me voy recuperando poco a poco y consigo que me reintegren a la cátedra. Por mi militancia activa, con lo marcado que estoy, no soporto el miedo y me voy. Aún hoy estoy lleno de culpas por eso. Me replanteo constantemente el escape de aquella noche, ayudado y empujado por Juan y Tere. Debí quedarme y resistir junto a los “cumpas”. Pero para entonces Clarita me allana el camino a Brasil, donde estaba hacía unos meses con Jazmín. Me reencuentro con las dos. Allí, ni siquiera la nena hace que deje de pensar, porque mi cabeza está en Buenos Aires, en mi pasado y a pesar de saber del peligro, pego la vuelta. Instalado en lo de Teresa, de ella y los muchachos, nada. Frecuento el ambiente sin hacerme muy notorio. Busco gente, siempre esquivando, tratando que no me localicen… Una tarde tocan el timbre. Clara. Clara que me ubica por medio de gente del grupo. Clara parada en el umbral. En una mezcla de asombro, tristeza sin reproches, me abraza fuerte mientras me quedo hundido como un poste en el medio de la pampa. Le ofrezco tomar algo; temblorosa, no quiere nada. Nada. Ni siquiera una mínima explicación. Me cuenta cómo vuelve con la democracia, que fue a la facultad y le negaron todo dato y cómo encontró a la hermana de Teresa. Vuelvo a vivir con ellas ¡Cuántas culpas! En nuestras conversaciones hay silencios intensos de los que no sé salir. Hago lo imposible para hacer una vida casi normal. Año 2000. La tarde está linda. En un arranque salgo a caminar. Como siguiendo la huella consabida llego al bar, mi bar ¡han pasado 22 años! En el fondo, en una mesa para dos, una mano pequeña acaricia el mechón de un pelo brillante. ¿Es Laura? ¿Es el fantasma de Laura? Me acerco. Los ojos negros me atraen de una forma como jamás otros lo harán. Nos miramos fijo. Se levanta y sin apartar nuestras miradas, salimos tomados de la mano.

CON SENTIDO

A VOS
Desdóblate
ábrete
descúbrete

siente piensa
no te destruyas

la vida vive
la oscuridad aclara.
Nada es vano.


CONCEPTOS
Saber mucho saber nada,
simple confluencia de conceptos.

Desplegar pensamientos
posiblemente de a dos.
Definir conclusiones
y el alma aquiete vibrante.
Sabio, algo sabe,
entiende viejos preceptos,
se adecua al histórico saber
de la vida misma,
¡ mas cuesta tanto saber!
Puede que un día
dibujando yo en tu pelo, tú,
me tomes en tus brazos
y aprenda existir plena y serena.
Tal vez el tiempo abrevie el lento conocimiento,
sea querida y amar.

CON LAS ALAS QUEBRADAS
Alas quebradas
en el esfuerzo delirado por volar.
Temor que la alucina
hasta hacerla enloquecer.
Anhela el silencio que apacigüe la tormenta,
las hojas dispersas se sosieguen
y en un letargo,
el miedo dé paso al descanso de la mente
harta ya de vibrar.
¿Y si en el fascinador titilar de las estrellas
amagadas en el cielo empañado
culminaran las forma fantasmales,
los altísimos intercedieran,
concibieran luz las sombras de sus sueños,
revirtieran el sino
y bailaran con ellos
una danza ensoñada, voluptuosa
de inverosímil felicidad?

DIAPASÓN
Carcajadas calientes resuenan en la noche
pintada de rocío. Fantasmas, polichinelas de un retablo,
tallas grotescas, juegan despiertos, se extasían procaces
insolentes marionetas salidas de una pesadilla
rondando el arrabal.
Sólo vos, incólume estatua muerta
apostura de blasón extraño, ritual profano
en el piélago verde.
Nubes dilatadas, perfiles lineales y las alhucemas,
juntas tras la rejas, velamos .
La espera es inútil, no llega.
... Mejor olvidemos... tú, marmórea, yo... yerta,
esta espera de tanto esperar.

¿DANZAN ELLOS?
Danzan ellos ¿dónde danzan?
no hay cementerio para sus almas.
Claman por vivir
piden por volver
¿piden por volver?
si acá está el infierno
único hogar de los vivos no.
Entre los recuerdos hay silencio no paz No.
No vuelvan, no.
Todo está perfecto
Allá silencio.
Acá, dolor.


SER
Ser. Un globo .Un vientre con rumores,
cantos retraídos de sirenas.
Ser. Un globo de luces zodiacales.
Ser. Un globo itinerante,
derramar mensajes, recibir mil dones
Que el Hombre se apiade del Hombre.
Que el Hombre no mate al otro Hombre
Que el Hombre no haga las guerras.
Que el Hombre cubra la miseria del otro Hombre.
Que el Hombre quiera al otro Hombre.
Que el Hombre extienda su mano
abrace al otro Hombre y diga vamos.

CHILA

Sentada bajo el tilo, jugaba con piedras, chiquitas algunas, otras más grandes, un montoncito de negras, otras brillantes marrones y cantidad de pardas. Ella buscaba con afán las diferentes. Sólo le importaba encontrar la distinta. Era su único juego en el descanso, cuando ya había ayudado en muchos quehaceres a su mamá, esa mamita joven que trabajaba tanto, que tanto la quería a ella y a sus hermanitos.
- Chila, traé el agua para lavar a los chicos, se está haciendo tarde y tu papá debe estar por llegar. Chila, tenés un pancito que acabo de sacar del horno, comélo. Chila, fijáte si ya viene , se me hace que estoy oyendo sus pasos. ¿Es él?
Así era su vida, Comía el pan que amasaba su mamá y le gustaba mucho, la ayudaba todo lo que podía con los chicos, esperaba al papá por si traía algo, el jornal, o de repente quizás alguna vez una golosina. En tanto jugaba con sus piedritas… esas piedritas que ¡vaya a saber qué connotación tenían! y en tanto soñaba que iba a crecer y ayudaría mucho a sus papás.
Con sus nueve añitos, Chila aún no sabía que podía ponerse hermosos vestidos y cubrirse de colores como los de las mariposas o las florcitas silvestres que en una lata mamá tenía plantadas...y llevar su pelo peinado de disímil forma, comer cosas ricas como en otros partes se acostumbraba, que no fueran como las que se encontraban en ese lugar cargado, saturado de basuras. Ella no tenía, ahí donde vivía, (ignoraba que estaba tan cerca de la capital), televisión ni radio, aunque sí sabía cómo eran, pues por ahí habían habido algunas abandonadas que otras personas, merodeadoras y habitués como ellos, se llevaban para arreglarlas y venderlas. El papá de Tomás, con el que a veces jugaba y ella lo quería un poquito, mas no tanto cuando se la pasaba pateando cuanto encontrara y le tiraba tierra a los ojos, el papá de Tomasito, había arreglado una y se la quedó y andaba y aunque ella no la veía, escuchaba la música desde su casa y en el fondo de su corazoncito anidaba un poquitín de envidia.
Un día cualquiera, de ésos en que todo era igual, en los que no pasaba nada diferente, paró frente a la casilla, un coche del color como de la luna y bajó de él una linda chica, con el pelo largo, tan largo y brilloso como su coche y pantalones blancos muy blancos y una blusa exageradamente roja.
Y la chica de pelo largo y blusa roja se puso a hablar con su mamá.
A partir de ese día, la linda chica venía seguido, continuamente, hasta que una vez, le pidió a Rosita, su mamá, llevarla a dar un paseo Rosita, la dejó ir con ella, a pesar que no estaba acostumbrada a que su hija saliera así porque sí, con gente casi extraña. Pero la muchacha linda le aseguró que la cuidaría y que el paseo sería corto.
¡Nunca había subido a un coche, menos a uno como ése! El asiento parecía de algodón, todo blandito, tan suave que le hacía cosquillas con sólo tocarlo.
Laura, ( le dijo que se llamaba así ) la llevó a dar una vuelta por muchas calles hasta llegar a su casa. ¡Las cosas que vio en el camino! Por ejemplo, casas muy pero muy altas con cantidad de ventanitas chiquitas y otras más chicas todavía, con rejas verdes y negras y con muchas flores de miles de colores, (flores que no conocía). Sólo sabía de las florcitas silvestres de las macetas de lata de mamá.
Cuando el auto paró, a Chila se le cortó la respiración. ¡Que hermosa era la casa! Estaba al fondo de todo, porque primero venía un jardín con muchos árboles, más cantidad de flores aún, flores por todos lados, como las que había visto en el paseo en coche. Sus ojos estaban inundados de colores como el arco iris que solía ver por las tardecitas después de la lluvia.
Entró a la casa temerosa, ¡como no la conocía! Laura la hizo pasar llevándola de la mano.
Enseguida le mostró su televisión y lo encendió. Chila vio cantidad de figuritas que se movían y que la hicieron reír. Más tarde le trajo un parva de libros, también con caras, coches y pájaros, la llevó a su habitación, le mostró su cama, su ropero y un hermoso espejo donde Chila se miró. Primero de soslayo. Después se volvió a mirar detenidamente.
Laura le pasó su mano por la cabeza y le dijo que era muy linda, la peinó, le puso una hebilla en su pelo y le prometió que iba a pedirle a su mamá que se lo dejara crecer tan largo como otras nenas que habían visto por la calle.
Las visitas de Laura se repitieron a la casa de Rosita y juntas la nena y ella consiguieron que mamá la dejara quedarse a dormir varias noches en esa casa tan linda... y aunque había diferencia entre los 9 añitos de Carolina, bah, Chila, y los 23 de Laura, se hicieron muy amigas. Tanto, que ella, con permiso de los papás, la llevó un día al cine (gran festejo) y otro día fueron con Nahuel y Martín, sus hermanitos menores, que ansiosos estaban a la espera de entrar en escena..
En las oportunidades que los llevaba a su casa, además de dejarlos ver televisión, les proveía de cuadernos, lápices para que dibujaran, garabatearan e hicieran cuanto querían. Les enseñaba las letras algunas palabras y también números.
Pero a Chila la preparó para dar un examen y así aprobar el primer grado.
Cuando las clases terminaron, Laura los inscribió en el colegio para el nuevo año escolar y a Chila la acompañó con su mamá a dar ese examen de primer grado. Como la pequeña aprobó y con buenas notas, su mamá se puso tan contenta que no dejaba de abrazar a Laura y a Chila felicitándolas con besos y caricias y lágrimas en sus ojos por el esfuerzo hecho de su hijita y esta amiga venida de donde ni ella podía siquiera imaginarse.
Laura acompañó a estos tres hermanos en toda la adolescencia de cada uno aconsejándolos en todo lo que necesitaran y poco a poco fue cambiando la vida de la familia Vargas. La de mamá, la de papá y la de los tres chicos.
Al poco tiempo, el padre de Laura que era un trascendente industrial hizo ingresar en su empresa al señor Vargas como ayudante de albañil, que era lo que éste sabía hacer. El sueldo si bien no era muy importante, ganado todos los meses, alivió y solucionó parte la situación de la familia.
Pudieron entonces, mudarse a una casita humilde pero confortable en el barrio de Parque De Los Patricios y terminar la escuela primaria.
Si me preguntan si estaban contentos les diré que sí, muy contentos porque Nahuel y Martín, como Chila siguieron estudiando, con sacrificios, pero lo hicieron.
Primero terminaron la escuela secundaria y luego, los varones, pequeños hombrecitos, decidieron con ayuda de sus padres y Laura elegir una carrera.
Nahuel, al que le gustaban mucho los deportes, se inclinó por kinesiología, ya que pensaba que podría ayudar a los deportistas cuando tuvieran algún problema físico, especialmente si tenían algo que ver con el futbol.
Martín quiso ser abogado porque decía que él solucionaría los problemas de la gente, que los tenían y él ya se había puesto al tanto de ello.
Los papás estaban orgullosos con sus hijos que en tanto estudiaban, hacían changas para colaborar con ellos..
Chila, la pequeña coleccionista de piedras allá en su infancia conservó muchas de ellas, aquéllas de cuando era una niña. Las tuvo siempre en una botellita en su consultorio de psicóloga, que a eso de dedicó, a la Psicología y se especializó en atender niños y adolescentes.
Mientras el correr del tiempo, Laura se hizo mayor y considerada, colocándose verdadera tía de estos tres hermanos y una auténtica hermana de sus padres, un día enfermó. Se complicó con algo no muy serio pero que necesitaba de cuidados y Laura los tuvo.
La familia Vargas entera se ocupó de ella, pues Laura era su familia.
Yo, que ando mucho por los barrios donde vivían los Vargas, conocí a Laura, a doña Rosa, a Don Raúl y a los tres hermanos..
Moran hoy en la casa de verjas negras y el jardín con muchas flores, cuidan con amor a Laura y son todos juntos muy felices, como en los cuentos que contaban las abuelitas.

lunes, 27 de agosto de 2007


Fuentes en mi vida

El viaje a Salta lo programé con mucho tiempo pese a que mi relación con Luciano estaba siempre llena de indecisiones.

No faltaba eso que llaman amor pero la palabra comprensión él no la conocía, no entraba en su vocabulario. No entendía la diversidad de mis horarios, mis tiempos para entrenarme, para estar con el cuerpo en condiciones y brindar clases a la altura de mis exigencias, aunque supiera de mis contratiempos para correr de una escuela a otra. Yo iba de una escuela a otra.

Mi vocación por la Educación Física la idealicé desde muy chica, me gradué y por un año tuve suplencias hasta que logré la titularidad. Constantemente le explicaba mi esfuerzo, la satisfacción que sentía por trabajar en lo que me gustaba, pero eso no hacía mella en él.

Luciano...Lo amaba. Tontamente, ridículamente se creía el ombligo del mundo. Era lo que nos distanciaba .Además me celaba. Celaba de mis compañeros, de mi familia, de cualquier hombre que estuviera cerca de mí. Me celaba de los celos que él concebía. Pero yo lo amaba. Muchas veces me imaginaba como la señora Nélida Osorio de Domínguez. La señora de Domínguez... me gustaba. Teníamos algunas otras cosas en común. Los libros, la música, los domingos al sol, las ganas de formar una familia.

Lo que no entraba en nuestras conversaciones era su historia familiar. Conocí a Leonardo, el hermano mayor de casualidad en una muestra fotográfica en el Centro Cultural San Martín. Lo chocamos en el hall y pareció sentirse obligado a presentarlo porque le percibí un gesto de desagrado. El padre había muerto hacía mucho, no supe de qué y de la madre nunca supe de su existencia. Luciano no la nombraba jamás. Era lo que no se tocaba en nuestras charlas. Su mamá. En un principio creí que era fortuito. Con el tiempo me di cuenta que el tema era inabordable.

Un día de octubre, a mitad de mes, para los festejos del día de la madre, me regaló un prendedor muy fino y delicado. Cuando me lo entregó, con un beso, en la profundidad de sus ojos percibí un brillo como de misterio, diferente a los destellos que conocía muy bien. No me atreví a preguntar. Jamás afronté el tema.

En las últimas vacaciones de invierno le propuse un paseo. Se me ocurrió el norte, Salta. Ni me dejó terminar de hablar. Puso el grito en el cielo, ¿al norte? ¿Salta? ¿Tan lejos? ¿Los dos o sola? Las preguntas las prorrumpía con énfasis y enojo. Fueron varios los días que tocamos la cuestión del viaje. No acordamos y me fui sola.

Organicé el periplo y el equipaje rápido. De la misma forma hice con el transporte. Computaricé mis ahorros saboreando las distancias que recorrería. Calculaba que para llegar a la capital salteña transitaría alrededor de 1.600 kilómetros. Estaba exultante. A pesar de conocer mi país y el lugar por fotos y estudiar la materia en la escuela secundaria que la ciudad Salta del Valle de Lerma se ubicaba al pie de los cerros, el 20 de Febrero y el San Bernardo, me parecía increíble poder llegar hasta allí.

Me largué con el firme propósito de conocer el mentado boliche Balderrama, la Casa de Güemes y por supuesto animarme a subir al Tren de las Nubes mirando hacia abajo ese precipicio de 4.000 metros. Ni que pensar el hecho de recorrer la Puna de Atacama, casi tocar la Cordillera de Los Andes, las sierras, atravesar la llanura chaqueña….todo me producía inquietud y contento.

Luciano no me acompañó a la estación para despedirme y partí enfurruñada. Poco a poco, a medida que pasaron las horas mi disgusto fue mermando. Yo quería haber ido con él y me resultaba extrañeza que a pesar de sus celos, de su amor, desistiera, mejor dicho no formara parte de mis planes. Pero me había encaprichado y seguí con mis planes.

Llevaba material para leer. El Hacedor, de Borges que cada tanto releeo y de Cortázar, Ceremonias y Alguien que anda por ahí, que me parecieron suficientes para cuando los necesitara. Además en los viajes siempre he vuelto con algún libro nuevo y esta costumbre, tan acendrada en mí, seguramente se repetiría.

Mi circunstancial compañera de asiento de entrada me pareció extraña y con un dejo de agradable a la vez. Dormitó toda la mañana reclinada y cada tanto emitía un suspiro como salido de una fuente de angustias. La miraba de reojo, observaba su piel olivácea con surcos muy finos vaya a saber por cuántas lágrimas transitados. El pelo negro como telón caído amagaba dulcificar la mueca descendente, muestra de trillado llanto. La sombra de sus ojeras tenían un lento, profundo negro que concordaba con la finura de los labios pálidos en esa cara triste, lastimera. Mi observación se adueñó de ella en el transcurso de la mañana en meticulosidad curiosa.

Cuando estábamos llegando a Santa Fe entreabrió los ojos de ese rostro que me había distraído. Era una atracción que transitaba entre la curiosidad y la letanía del trayecto, cuando el pasaje empezó a movilizarse para calmar los llamados presurosos de los estómagos que invariablemente en los viajes pide imperiosa y pretenciosamente que se lo atienda. Era el momento. El momento en que la gente se mueve, crujen los papeles, crepitan las galletitas, se huelen las milanesas o el pollo, la mayonesa de los sándwiches, comienza el ritual del almuerzo o decididamente bajan a comer.

Como dije, ése fue el momento en que ella entreabrió sus ojos y me vio. Y la miré. De ahí en más me introduje como pez en agua mansa y a mis anchas en la vida de Carmen Fuentes.

A medida que pasaban las horas e intercambiábamos sus vivencias en contraposición de mi corta experiencia, conocía más su historia de lucha perseverante, sus pasajes efímeros de alegría, sus pequeños y grandes logros y a pesar de que yo le contara con explicitud el motivo y los inconvenientes de mi viaje, no salió nunca en nuestro diálogo, la razón del suyo. No me inquietó. Sólo dejó un vacío en la supuesta y fugaz complicidad. Sin mucha curiosidad le oí ligeramente nombrar algo así como de una dolorosa maternidad y como el pasaje hacía barullo con el tema de las vituallas esto impidió que llegara a terminar de conocer la problemática de la cuestión.

Cuando por la tarde el ocaso transmitía la lenta decadencia del día, volví a oír su voz suave. Ya era impostada, con su vista hacia la lejanía y recitó los primeros versos tantas veces leídos, tantas veces queriendo ser su matriz...” en su grave rincón, los jugadores/ rigen lentas piezas. El tablero/ las demora hasta el alba en su severo/ ámbito en que se odian dos colores”...y agradecí haberla conocido. En su timbre vislumbré la figura del poeta máximo abarcando el entorno.

La magia de El Ajedrez en un soplo terminó. Carmen Fuentes siguió en susurro con las palabras pena, anonimato, desconfianza, amor y desamor. Levantó un poco el tono de su dicción, una dicción parsimoniosa, marcada, acompasada en un decir silabeado y escuché “condicionalidad”. No la entendí y no pregunté. No preguntar fue siempre uno de mis grandes impedimentos

El caso fue que Carmen Fuentes, al llegar a destino desapareció de mi vida como había entrado. Así porque sí. ¡Tan misteriosa ella!

Como en un cambio de pañuelo, como el que apenas entreví en su bolsillo

Ahora, bajo del micro en Retiro, llevo mis maletas a un barcito y pido un café. Mientras espero me digo, cuánta coincidencia de nombres (siempre me llaman la atención las coincidencias). El galán Fuentes de Cambio de Luces, el de Alguien anda por ahí y Luciano. Luciana pasa a ser Luciano, el hombre con el que quise construir algo. Luciana, el personaje del cuento con su juego a dos puntas. Luciano que me deja ir como si nada y Fuentes que jura con Angelita amor eterno en los baños del Club Gimnasia y Esgrima, así como con mi Luciano nos decíamos las cosas más bellas entre besos, abrazos y avances en los jardines de Palermo.

De vuelta de ese espléndido paseo por Salta la Linda, del disfrute de conocer cuanto pude, ahora estoy ya en mi Buenos Aires intentando saber qué será de mi gran amor y al mismo tiempo, en la parada del colectivo cómo viajar para llegar al colegio a horario. Trato de subir al primero que pasa y nada. Imposible. Atestado. Es la hora crucial de las escuelas y las oficinas.

Una ambulancia con la sirena a todo volumen se detiene a metros mío en la esquina de Callao y Corrientes.

La mujer está en el suelo atropellada, parece ser por un vehículo, asistida por un médico. No puedo con mi genio, me acerco. Los ojos de Carmen Fuentes se abren y cierran y un joven con la cara de Luciano, los ojos de Luciano, sí, es Luciano, las manos de Luciano le acarician la frente y le dicen, mamá, vas a estar bien, ya está, ya está, hablá con los muchachos…hace lo que puedas, ocultá a Leonardo, ocupate…ya estamos jugados.

En este mismo instante recuerdo que Carmen Fuentes en aquel susurro impostado había mencionado algo sobre hijos, que no tomé entonces en cuenta, porque sí, porque fue al pasar, al pasar. Al pasar, algo que nunca deja de pasar.

sábado, 18 de agosto de 2007

REALIDADES

El faso

No me vas a dejar nunca?El hombre en los ojos tenía la ansiedad brillante de las ascuas pobres del brasero. ¿Qué decís Pituca, cómo se te ocurre que te voy a dejar?
Ayer la miraste a la Maruca cuando vino de visita como si no la hubieras visto nunca… ¿Era la Maruca?...Vos que decís cada pavada. En los ojos del Flaco, ojos que casi no veían, se le notó un leve parpadeo.
No digo pavadas. Me parece que la Maruca siempre te gustó. ¿O no era que andabas con ella antes que conmigo? Pero yo siempre te cuidé al Juan. Al Juan yo lo quiero y me parece que él me ve un poco como su mamá.

El Flaco apenas pudo esbozar una sonrisa. El Flaco se moría y la Pituca se hacía la mimosa. Otra cosa no sabía ni podía hacer.

Se recostó a su lado, en lo que hacía de cama, un colchón que en su época lo habría sido, lo tapó con la manta a cuadros, raída y lo abrazó fuerte y ahí se quedó largo rato. La Pituca pensaba en los momentos pasados al lado de este guiñapo que supo ser un hombretón. El más fuerte del barrio. ¡Tantos años Parque Patricios lo había visto pasar en su carro vendiendo y comprando! .Ahora, el faso, el hambre, lo habían volteado.

Del hospital le traían los remedios pero los fuelles estaban mal desde que era chico. Cuando lo conoció tosía y mucho. Ella lo llevó al hospital una noche como boca de lobo, cuando desde la casilla de al lado escuchó su tos perruna. Ni bien lo vieron los médicos lo internaron. Y salió. Salió bastante bien. Pero él pedía fasos y ella se los daba. Nadie sabía de dónde sacaba la plata la Pituca, pero al Flaco no le faltaban los fasos…ni la Maruca, que venía a hacerle las inyecciones. Todos los días.

En una tos, el Flaco se incorporó. El rojo cubrió la sábana grisácea y ella gritó ¿Me querés Flaco?

Con un parpadeo el Flaco contestó y apoyó la cabeza en la mano de ella.

Te quiero, Flaco, insistió. El Flaco en un último suspiro dijo…y yo.

Con la ayuda de Paco

Sentados al borde de la vía el Nacho y el Juan juegan con sus bolitas. Nacho le dice al otro, si me das el bolón verde te doy cuatro chicas, pero diferentes, Una negra con pintitas que se la cambié al Pedro por el bolón rojo y ahora la tengo repetida y también te doy las tres rayadas que me las regaló el piojo y como son rojas y blancas no me gustan. Yo soy bostero.

En eso están. Pies descalzos, talones sucios, las remeras vaya a saber de quiénes fueron. Pero tienen las bolitas y para cambiarlas se mueven de lugar, se acomodan, las estudian como gemas de las más preciosas.

En la punta del andén nadie los molesta. Sólo que tienen hambre. ¿Vos tenés hambre Juan? Y sí, anoche mi vecina me dio un choripan. Estaba bueno pero hoy en todo el día no comí. ¿Y vos? No, yo hoy comí. La vieja de la casilla verde me dio fideos y hasta mañana tiro.

Las bolitas los absorben. Un camión para muy cerca de ellos Desde adentro de la cabina, el chofer les grita, pibes¿ se quieren ganar un peso?

¿A quién, a mí o a él?

A mí, a mí, grita Juan y corren los dos hacia el hombre del camión. Éste bajó y casi sin mirarlos se ajustó instintivamente el cinto y les mostró un paquete. Bueno, son dos. Entonces 50 y 50. Se van hasta el portón del final y le dan el paquete al hombre que está ahí parado y listo.

¿No decimos nada?, dijo Nacho.

Que los mandó el polaco. Y los dos corrieron los 100 y pico de metros hasta la especie de ser humano que los esperaba.

¿Los manda el polaco? Bueno, che, les regalo este paquetito, es chico, lo prueban y si les gusta, vengan mañana. No le digan nada al polaco.

Queda contar que Juan y Nacho apenas llegaron a los 15 años. El Paco “los ayudó “.

sábado, 11 de agosto de 2007


ENCUENTRO Y FINAL
Si me permite. No me subestime. Visto como pobre. Soy pobre. De ropas, enseres, dinero. De alma, no. Me obligo a veces a pedir algún peso para un sándwich. En la casa de Liniers estábamos bien. Luego mis padres murieron. Mis hermanos en Europa. Su vista baja y yo no podía apartarme de ella. La oía cada vez más atenta.
Una tarde soleada de marzo volví a encontrarla. Ambas cruzábamos la plaza. En un impulso la besé y ella efusiva devolvió el beso. Caminamos mucho, conversamos más. De pronto hizo una voltereta y de su boca y su cuerpo emanó…”he andado muchos caminos, he abierto muchas veredas, he navegado cien mares y atracado en cien riberas...” ¡oh Machado y sus Soledades!... ¡oh Leonor! ¡oh Guiomar!. La observaba, imanada por sus versos y el tono. Se detuvo. - ¡La casa de mis padres! Acarició la puerta, las paredes. Entremos, ordenó. Fue directo a una enorme higuera. Escarbó la tierra con manos presurosas. Una caja con miles de dólares nos miraba quietecita.


...UNA CORBATA ROJA
El Centro Comercial había quedado en penumbra...el personal se retiraba presto. Y ella hizo lo mismo. Camino a la calle, una mujer sesentona, peinada como una Madonna la saludó como si ya la conociera. Flor visitaba por primera vez el Centro, estaba algo mareada por el gentío y por qué no por el balón de cerveza con maníes que le había alegrado el cuerpo y el alma.
La “Madonna” insistió con sus isas y se presentó. Por tesía pura, Flor hizo lo mismo. De cualquier manera, se dijo, la señora era muy amable, además la convidó con un caramelo de menta,”para entirse fresca ¿no?”.
No supo en qué momento, ni cómo, sin mediar una palabra estaban las dos en un taxi.
Tampoco supo cuándo, acostada, amordazada, maniatada, sólo vio muy cerca de sus ojos, otros ojos y una corbata roja... Entonces cerró sus ojos.

UNA RONCA VOZ
EL Centro Comercial había quedado en penumbra. Nunca le gustó la oscuridad. Cuando organizó el viaje, único, después de tanto tiempo, pensó hacerlo por ultramar. Se lo debía en sus noches insomnes, las del miedo, la oscuridad, el silencio, la soledad, los recuerdos de la infancia cercana, las vejaciones. Al salir del infierno aquél ( todavía no sabe por qué), ruleta rusa para uno sólo, su Nacho que también sobrevivió, la incitó, la convenció para que buscara lejanía, olvido y calor. Le insistió y allá fue.
Subió por las escaleras hacia la habitación luminosa que ocupaba en el hotel, justo sobre el Centro Comercial, sola. En el segundo piso lo cruzó. No le vio la cara. Una voz ronca dijo - buenas noches El sudor frío corrió por su cuerpo. Sintió dolor en el vientre, en las entrañas. No había olvidado esa voz. ¡Basta! gritó. ¡Por favor! Se desmayó. Jamás despertó.