...Un día más que fresco, frío, de ésos en que el cuerpo necesita el calor de otro cuerpo aterido igualmente….un día como... extraño….Sentados a la mesa, en el disfrute de una cena en familia, los niños con sus preguntas, la salsa en las comisuras de esos labios adorables y el jugo de frutas vertido sobre el mantel. ¡Mas qué importancia tenía el desaliño del momento! Estábamos en familia y lo había logrado
El ascensor del edificio subía hasta el piso 22. No solíamos advertir su paso porque no emitía ruidos. Por lo general se escuchaba muy suave el sonido de las poleas que lo impulsaban pero ese día todo era silencio, tan silencioso era, que se oía el silencio. ¿Alguna vez han escuchado la melodía del silencio? Podría decirse que una pluma acaricia el cuerpo en un polvo mágico que se expande alrededor, o un aire gélido conmueve las entrañas hasta hacer que el entorno estremezca. El silencio es como un secreto reservado, una paz enmudecida. Es la taciturnidad de los cementerios.
Discerniendo eso estaba y nos observé .Parecíamos salidos de una película de Chaplin. ¡Si hasta Lalo parecía Carlitos Chaplín! Mudo, tieso, medio pálido estaba y Celeste, un angelote, quietecita, haciendo muy buena letra... Todo normal hasta el primer grito. Luego otro.
Me levanté de mi silla y de un salto llegué hasta la puerta del ascensor detenido en nuestro piso, desde donde creí proferían los gritos. Parecería que animales feroces estaban en una atroz pelea. Asustada, no me animé a abrir la puerta del maléfico vehículo detenido, como si fuera la del Infierno del Dante. Me armé de coraje, la separé y quedé estupefacta, muda.
El elevador estaba vacío…No era posible ¿y los gritos? ¿y los ruidos? ¿y los golpes? ¡Yo que de golpizas y mal trato sabía tanto!
Por querer olvidar las vejaciones he pasado miles de noches con el recuerdo de la vislumbre de ojos taladrando mi cara y mi cuerpo despojado de todo, el olor de la suciedad y el crujir extraño del calzado. Ese calzado que trataba de recordar en qué otro lugar lo he oído rechinar aunque busque y rebusque en mi archivo no cerrado. Miré hacia atrás y allí estaban los pequeños, mi hermosa corte de los milagros, asombrada y se repetía el silencio de los cementerios.
¿ Los muertos en el cementerio están en silencio? Esta vez fue la voz de Celeste. ¿Sí o no? Porque esto lo parece.
Ante la nada regresamos al departamento.Tratamos de olvidar apenas, lo sucedido. Nos acostamos y hasta que Celeste y Juanfran se durmieron pasaron varios cuentos. Ricardo y yo nos quedamos desvelados ya muy entrada la mañana. Cada cual fue a su actividad y a la nochecita, ya todos de vuelta,, preparé la cena como de costumbre.
Charlábamos sobre las tareas el día. Se repitió la historia de la noche anterior. Ricardo se paró de golpe, los chicos comenzaron a lloriquear y yo me paralicé. Esta vez, Ricardo fue sólo hasta el ascensor, y abrió la puerta de un tirón. En el piso y las paredes había manchas y rayas oscuras y en el techo una marca indescriptible. Se tomó un tiempo para pensar, me miró perplejo y le dije que eso era un juego estúpido de estúpidos.
Así seguimos considerando el episodio pasando el tiempo, hasta las vacaciones de verano, tan esperadas por los cuatro.
La noche anterior a la mañana en que habíamos decidido partir de vacaciones, cada cual en nuestra cama nos dispusimos a dormir pronto, para estar bien relajados para el viaje, especialmente, los dos que conduciríamos el automóvil. Pero el sueño a los niños no les llegaba para nada. Al fin sobrevino la quietud y la tranquilidad.
Por la mañana, con las valijas ya en el coche, Ricardo me recordó que debía dejarle las llaves al portero. Para que él no descendiera me ofrecí a hacerlo yo, mientras aprovechaba a encender un cigarrillo, de los rubios, que me gustan y me decidí a ir en busca del buen hombre. Llamé el ascensor, abrí su puerta y ¡oh! ¿Y esto? ¡Ah!... ¿pero quién? ¿Quién me pega? ¡Ay qué do- - - lor! ¡No veo nada! ¡Ricardo!…chicos… ¡qué sombras!… la llaves…Don Esteban…usted. Era usted, ¡como en todo este tiempo…cómo no lo reconocí por su respiración sibilante, por el jadeo que escuché durante ese tiempo….ay… y por el crujido inolvidable de sus botines…!
Discerniendo eso estaba y nos observé .Parecíamos salidos de una película de Chaplin. ¡Si hasta Lalo parecía Carlitos Chaplín! Mudo, tieso, medio pálido estaba y Celeste, un angelote, quietecita, haciendo muy buena letra... Todo normal hasta el primer grito. Luego otro.
Me levanté de mi silla y de un salto llegué hasta la puerta del ascensor detenido en nuestro piso, desde donde creí proferían los gritos. Parecería que animales feroces estaban en una atroz pelea. Asustada, no me animé a abrir la puerta del maléfico vehículo detenido, como si fuera la del Infierno del Dante. Me armé de coraje, la separé y quedé estupefacta, muda.
El elevador estaba vacío…No era posible ¿y los gritos? ¿y los ruidos? ¿y los golpes? ¡Yo que de golpizas y mal trato sabía tanto!
Por querer olvidar las vejaciones he pasado miles de noches con el recuerdo de la vislumbre de ojos taladrando mi cara y mi cuerpo despojado de todo, el olor de la suciedad y el crujir extraño del calzado. Ese calzado que trataba de recordar en qué otro lugar lo he oído rechinar aunque busque y rebusque en mi archivo no cerrado. Miré hacia atrás y allí estaban los pequeños, mi hermosa corte de los milagros, asombrada y se repetía el silencio de los cementerios.
¿ Los muertos en el cementerio están en silencio? Esta vez fue la voz de Celeste. ¿Sí o no? Porque esto lo parece.
Ante la nada regresamos al departamento.Tratamos de olvidar apenas, lo sucedido. Nos acostamos y hasta que Celeste y Juanfran se durmieron pasaron varios cuentos. Ricardo y yo nos quedamos desvelados ya muy entrada la mañana. Cada cual fue a su actividad y a la nochecita, ya todos de vuelta,, preparé la cena como de costumbre.
Charlábamos sobre las tareas el día. Se repitió la historia de la noche anterior. Ricardo se paró de golpe, los chicos comenzaron a lloriquear y yo me paralicé. Esta vez, Ricardo fue sólo hasta el ascensor, y abrió la puerta de un tirón. En el piso y las paredes había manchas y rayas oscuras y en el techo una marca indescriptible. Se tomó un tiempo para pensar, me miró perplejo y le dije que eso era un juego estúpido de estúpidos.
Así seguimos considerando el episodio pasando el tiempo, hasta las vacaciones de verano, tan esperadas por los cuatro.
La noche anterior a la mañana en que habíamos decidido partir de vacaciones, cada cual en nuestra cama nos dispusimos a dormir pronto, para estar bien relajados para el viaje, especialmente, los dos que conduciríamos el automóvil. Pero el sueño a los niños no les llegaba para nada. Al fin sobrevino la quietud y la tranquilidad.
Por la mañana, con las valijas ya en el coche, Ricardo me recordó que debía dejarle las llaves al portero. Para que él no descendiera me ofrecí a hacerlo yo, mientras aprovechaba a encender un cigarrillo, de los rubios, que me gustan y me decidí a ir en busca del buen hombre. Llamé el ascensor, abrí su puerta y ¡oh! ¿Y esto? ¡Ah!... ¿pero quién? ¿Quién me pega? ¡Ay qué do- - - lor! ¡No veo nada! ¡Ricardo!…chicos… ¡qué sombras!… la llaves…Don Esteban…usted. Era usted, ¡como en todo este tiempo…cómo no lo reconocí por su respiración sibilante, por el jadeo que escuché durante ese tiempo….ay… y por el crujido inolvidable de sus botines…!
No hay comentarios:
Publicar un comentario