martes, 30 de junio de 2009

GOLPE A GOLPE


Sofía, medio baja, medio gorda, medio linda, trabajaba en un taller de costura. No tenía más estudios que los primarios. En su hogar no habían habido otras posibilidades. Su papá, día a día en una fábrica de automóviles y la mamá cuidaba chicos y a los inconvenientes se sumaba que vivía lejos de la escuela.
De grandes sueños, ideales, priorizaba hacer el secundario y casi una utopia, estudiar veterinaria. Apasionada por los animales, cualquier nota que encontraba en un diario o revista, la acompañaba hasta la cama.
Asesorados por el primo Horacio se mudaron de barrio, más cerca de la fábrica de automóviles.
La nueva casa era confortable. El alquiler algo caro. Sólo faltaba pintura. Se encargaron de hermosearla.
El día de la mudanza fue una fiesta ubicar los muebles, vajilla y ropas. La embargó de ensueños el observar los tilos de la vereda y las enredaderas perfumadas de las casas vecinas. Sofía presintió que ésta era la puerta abierta a sus sueños.
Al mes de la mudanza, cuando la noche se bañaba de calidez y perfumes, golpes pequeños y contínuos sonaron en la pared del baño. Prestó atención hasta que callaron.
Los golpes se repitieron la noche siguiente. Por la mañana, al salir para el taller, un joven la miraba desde la puerta vecina. La inquietó. Reconoció de inmediato que era lindo.
Los golpes esa noche retornaron y al día siguiente, el muchacho le sonrió. Ella se ruborizó y esbozó una sonrisa.
Todas las noches y las mañanas se repetían los golpes y las sonrisas. Y fueron habituales.
Sofía le confesó a Estela, su compañera del taller lo de los golpes y las sonrisas y ésta no pudo más que opinar que seguramente el muchacho estaba interesado en ella.
Una mañana él se presentó como Esteban y la acompañó al colectivo. De ahí en más, un noviazgo y proyectos de matrimonio.
Sofía pensaba en una boda en la mayor sencillez. Esteban le propuso una fiesta importante, le mostró un chalet que había señado para ellos y le habló del viaje que harían luego de casados. La instó a que eligiera el lugar que prefiriera.
A Sofía se le cumplían los sueños. Esteban estaba dispuesto a agradarla en todo y cumplir con todos sus deseos.
Se hizo el casamiento, viajaron a Mar del Plata y en un atardecer en que la costa estaba espléndida como nunca, sentada en la arena recordó los golpes en la pared del baño.. Le contó cuánto fantaseó, con la seguridad de su interés por ella, de cómo le sonrió aquella inolvidable mañana y su aceptación de inmediato.
Él con una carcajada la abrazó con ternura – Sofía, me costó un mes encontrar el dinero que mi abuelo dejó para mí en las paredes que daban a tu baño. ¿Tuve suerte, no? Los encontré a los dos, al dinero y a vos

sábado, 13 de junio de 2009

NEGRITUD

Noche cerrada y en el mundo el miedo que de a poco se apoderaba de él y se instalaba como el océano por las noches en las playas de Sudáfrica .
Sus párpados, bultos de carne rojinegra nunca descansaban. Debía velar por Paty, Gracy y Rose. Las tres mujeres de su vida.
En el silencio nocturno, en quietud, con los mosquitos y los escarabajos que jugaban a vivir, él debía cuidarlas de los mínimos ruidos. Del silencio.
De día, el verdor de los árboles en lugar de brindarle su policromía sólo lo cubrían en oquedad intrincada y lo llenaban de temor. Nel trataba de no padecerlo.
Pero era en las noches en las que en ese profundo silencio podrían surgir los ataques, los golpes, insultos, vejaciones, la destrucción y la muerte en la más tenebrosa intrusión de la vida humana. Hasta estos momentos habían salvado el pellejo. ¿Cuándo sería el fin? Se preguntaba Nel
En seguida del oprobioso trabajo del día, Paty regresaba de servir a los señores y hacían los cuatro una cena frugal, se acostaban las niñas y Nel, sentado en la veranda de la vivienda precaria, monologaba.
Eran diálogos con su yo, inmerso en disquisiciones acerca del por qué. No eran quejas. Nel argumentaba, buscaba respuestas ¿Por qué? ¿por qué era negro? ¿por qué el mal trato? ¡Por qué el mal trato! Si los negros eran tantos ¿por qué y cómo no salían de la sumisión de los otros pocos?
Al tiempo ya no hablaba en soledad, comenzó a trasmitir sus preguntas, sus palabras. Primero en su hogar, más tarde a sus pares y luego a toda la negritud que lo escuchaba. Sus términos exactos, dignos de “Madiba”, “Makulu” (abuelo), es decir Nelson Mandela, pululaban como reguero entre los negros y cada vez tomaba más fuerza, cuerpo y coraje. Sentía las palabras de Mandela, su héroe, “…Durante toda mi vida me he dedicado a la lucha del pueblo africano…”
Al mismo tiempo el poderoso hombre blanco del lugar, lo divisó, lo marcó y fue pronto objeto de más castigos.
Él no bajaba jamás su cabeza apolínea. Sus respuestas puntuales de certera rapidez causaban al vil, irritación y furor.
Los blancos no perdonaban a un negro contestatario.
Padeció cada día más hasta llegar a la reclusión de por vida, por una acusación banal e injusta. En la prisión, como Madiba, siguió atesorando seguidores de ojos dolidos de pena y muerte, a la espera de la nada.
Supe de él en forma casual tras un accidente del avión en que volvía a mi ciudad y allí en Sudáfrica, por medio de amigos me contacté en la cárcel de Rivonia.
Pocas palabras salieron de la boca del hombre. Se acercó a saludarme con correccón, sin servilismo. Mas bien lo hizo con arrogancia propia del orgullo negro.
Ya en mi ciudad, me enteré que el apartheid en Sudáfrica, había sido vencido en las elecciones. Nel, hombres, mujeres, niños, ya electo Mandela que había ganado con el 80% de los votos, aquellos encarcelados sin ley protectora, mal alimentados, en estado límite de indigencia, volvieron a sus hogares.
En una de esas tardes, pasados los años, con cierta paz, Gracy y Rose de novios y Paty que no lo esperó y con nueva pareja, Nel elucubraba. Había perdido su amor, el aleteo de sus pestañas que no se distinguían ni siquiera de día, tan negras ellas, que lo acariciaban con calor. Se encontraba despojado de su calor ardiente, igual de fuerte como el sol que inflamaba sobre su espalda en cada hachazo al cortar leña. No podía olvidar el susurro de su voz pastosa, que en días sublimes saboreó como dulce para un niño.
Hacía calor. Salió hacia el mar en busca de recuerdos y lo vio, al causante de sus penurias, al que se había ensañado con él tantos años, al poderoso hombre blanco.
Todas las tardes volvía a la playa, acercándose más y más al verdugo. Ese fantasma real, ahora con su muy blanco, otrora amarillo y él con sus motas también encanecidas. Lo observaba. Sentado de espaldas frente al inconmensurable Índico, disfrutaba del azul celeste, dorándose al sol. Nel colocaba sus manos detrás de su espalda aún no vencida y dilucidaba ¿ pongo mis manos alrededor de su cuello y doy fin a mi tortura? ¿ acabo con este despreciable que todavía goza de la vida?
La tarde africana era rigurosa. Entre su verdugo y él la voz de Mandela se hizo oír, llegada de no supo dónde “…Mi lucha es la lucha por la armonía e igualdad entre blancos y negros. Vivo para realizarlo…”
Nel volvió en paz a besar sus hijas. En paz para siempre.

¡ UF! ¡TANTO CANSANCIO !


Tenía tanto cansancio y era tan joven!
La escuela primaria había sido un fastidio. Levantarse temprano todos los días, las maestras, los deberes, los recreos que le quedaban cortos. Más tarde el secundario, con mamá y papá con sus recomendaciones de madrugar para no llegar tarde, los profesores que no le gustó ni uno.
Descubrió que el Comercial y los números no eran lo suyo y menos el trabajo de oficina que consiguió, así como su jefe.
Estaba harta.
Tuvo una o dos conversaciones con sus padres que la alentaban siempre y para ella eran presiones soslayadas.
Conoció a Diego y creyó, creyó que la relación la salvaría de la rutina que la agobiaba desde el Jardín de Infantes.
Y se casó. Con Diego. Y siguió con su descontento, su fastidio, hasta que nació su bebé. Su bebé del que le molestaba su llanto, los cambios de pañales, las noches sin dormir.
¡Tenía tanto cansancio!!
La noche que descubrió sentada en la cocina, mirando la mamadera que preparaba para Damián, hermoso príncipito de labios gordezuelos, descubrió que había pasado su primera juventud con quejas interminables.
Se sentó y lloró, lloró deseando volver al Jardín de Infantes. Y no pudo.

jueves, 11 de junio de 2009

Vuelvo a mi blog, mientras me repongo de un accidente medianamente importante, que tuvimos de vuelta de Córdoba tras el V Encuentro en Bialet Massé.
Les agradezco, amigas y amigos todo el afecto que recibimos María Luisa y yo, debido a ello.
INOLVIDABLE
Nos encontramos para ir al teatro. Tenía las entradas desde cuando al pasar por la puerta del San Martín, Alcón, desde un póster me miraba fijamente y como de costumbre, ante él, quedé en éxtasis profundo.
El día del estreno, ése era el día fijado, llegamos con el tiempo justo.
¡Qué puedo decir de la velada!
Alcón desde el escenario me miraba. Sentí sus ojos clavados en los míos. En un momento me abrazó, susurró a mi oído” me zambullo en tus ojos café suave y ardo en el fuego de tu mirada…” y yo impávida escuchaba absorbiendo los versos de Salvador Verzzi.
Cuando me besó apreté las pestañas, las acomodé perfectamente, cosa de no perder ni un centésimo del vibrar de sus ojos y también los labios para que la magia no escapara.
Yo, solamente yo fui la elegida. ¡ Lo había soñado tantas veces!
Después del beso no pensé más. No supe de qué trató la obra, tampoco presté atención en si había otros actores en escena. Cuando Alfredo actúa, su entorno no existe para mí. Mil aplausos interrumpieron el hechizo que me envolvía y en ese instante, Lidia me tomó del brazo aún sin levantarnos del asiento de la primera fila y me espetó - ¿Viste cómo se lo ve de viejo?
Me enojó. Airada le solté – ¡ a él no se le notan los años!. Apartir de ahí entré en el silencio de los cementerios.
Me dije que con Lidia no saldría más. Era pura envidia. A ella no la había besado Alfredo por eso destilaba veneno.
Sugirió un café en la esquina, en Paraná y Corrientes y acepté para tomar una aspirina. Esta Lidia había arruinado mi velada.
Nos acomodamos en la mesa que quedaba libre, cerca de la escalera que baja a los baños.. Un té para ella y un cortado para mí, cara de perro enojado.
Ella oteaba la confitería..
- Gloria, cuchicheó, en la mesa de al lado está la Duffou, a ella no se le pasan los años.¡Qué bien está, tan fina!
- ¿ No?¿creés que sólo a nosotras se nos pasa la vida? Está grande.
- Gloria, cerca de la puerta, al lado de la ventana está Bettiana Blum, toda de negro.¡Qué elegante! ¡Qué linda!
- Bah! puro arreglo, muy producida. Pensé qué Cholula era Lidia. Para sacarla de ese enamoramiento de la farándula le pedí me acompañara al baño.
Bajamos la escalera con lentitud, porque suelo pisar mal, no sé por qué no levanto los pies correctamente. La seguí detrás y ella continuaba su cantilena de la hermosura de la Blum.
En el penúltimo escalón perdí el pie. Quedé en el piso como una tortuga.. Oí a Lidia que decía - ¿me ayuda por favor?, sola no puedo.
Dos brazos fuertes me levantaron y una vos intensa decía…no te rindas… (¿Benedetti? al tiempo que dos ojos espléndidos, faroles en la noche se hundían en los míos y - ¿se lastimó? ¿le duele algo?
Me deshice en añicos. Alfredo, Alfredo Alcón recogió del suelo mis pedazos, mi arrobamiento y mi pudor.
-