viernes, 26 de diciembre de 2008

LÓGICA
Venía arrebolada, cargada de apuntes y libros. Se sentó a la mesa del bar junto a la vidriera. Había rendido un parcial. Le costó mucho preparar Lógica a pesar de ser una de sus materias preferidas. Apasionada por el razonamiento, Aristóteles con su Organon y su lógica tradicional era su libro de cabecera. Le atrapaba la estructura del conocimiento intelectual. Siempre fundamentaba la matemática aún para resolver pequeñas dudas o problemas y luego actuaba. No se manejaba por impulsos. Primaba en ella el juicio, el razonamiento y se atenía a las deducciones.
Detenida en las preguntas y respuestas dadas en el tema que le había tocado, se quedó mirando a la calle, y el Obelisco parecía hablarle desde su altura, el ruido de las gentes que pululaban por la calle Corrientes aplaudían su logro y los ruidos estridentes de las tazas de la barra eran la clack perfecta. El brillo de las luces y los caireles de las arañas que pendían del techo cantaban en un tintineo sin fin para el festejo.
Había risas que se adueñaban del ambiente y hubiera querido bailar ¿bailar?, sí con esa sensualidad innata en ella, orlada de hechizos con áureas guirnaldas prendidas en su pelo como solía hacerlo frente al espejo, ella, la soñadora de la lógica.

Un calor suave bajó, luego la invadió con ardor. Abrasada, deslumbrada en un sortilegio que no se rompió, en medio, hizo balances, facturas que fluctuaban en su orbe ancestral. De ahí en más, recordó con nostalgia su figura, la estampa del joven, del hombre en ese amor diluido, ese amor difuso, desatado. Vino a su boca el gusto de un dulzor y el miedo a perder lo descubierto en un único minuto. Ese día creyó verlo sucumbir ante el beso inesperado y con ansias locas de revivir aquel instante preciso, vital, del sentimiento puro, con dolor y tristeza prendidos en los ojos cuajados, húmedos de rocío, oscuros, no logró definir si quería que ese único minuto durara un tiempo eterno o no.

Se miró en el cristal de la vidriera y lo encontró nublado. Con ligereza pasó una servilleta de papel para limpiarlo. Descubrió una boca amplia y una mirada de amor que le sonreían.
Se olvidó de su amada Lógica y corrió a abrazarlo.

domingo, 21 de diciembre de 2008

SUEÑOS

Es temprano para salir en busca de los sueños. Sin embargo lo he hecho.
El cielo tiene un azul desvergonzado e insolente, quiere maravillar al Universo, mas se desvirtúa en un pálido celeste que apacigua los ojos para refulgir en un naranja que goza en ondulantes vaivenes, pasa por un rosado de berreos infantiles y se torna de improviso en un blanco, tan blanco como la nieve que cubre sus pies.
En medio de la nevada, en la soledad alba, niña bonita, mejillas paspadas el frío de la helada intentas ignorar.
La escarcha cala los huesos en tanto creas un helado con la nieve y juegas con los pies al hundirlos una y otra vez en la blancura, en un retozo divertido agitando tus brazos, tarareando una canción.
Desde donde estoy, extraviado, tendido y no sé dónde, va cubriéndose de blanco a mi alrededor y el cielo vuelve a ser rojizo. Se mezclan los colores, se distorsionan, te vas desdibujando y decido descansar y me llevo en la retina la imagen tuya, pequeña hada de las nieves

sábado, 6 de diciembre de 2008

PACTO DE AMOR

Venías arrastrando los zapatos de tacos altos, torcidos, que te hacían trastabillar El rimmel corrido te mostraba ojerosa, irreconocible para vos cuando te miraste a la luz que recién aparecía con el día, en el cristal de una vidriera y en verdad no te identificaste, te acercaste más para verte.
De chica, en mi barrio, muy niña, cuando la rayuela era el juego cotidiano de las nenas de la cuadra, siempre llegabas primera al Cielo y eras tan hermosa.
Un pelo crespo desafiando al aire, la frente ancha, la mirada airada y el cuerpo junco entre los matorrales y brazos movidos por la brisa por las ramas de los plátanos gigantes Y los pies, los piececitos movidos a motor extraterrestre, cosa de ganar la partida eternamente.
Te seguí viendo un tiempo, con delantal blanco impecable, camino de la escuelita de la calle Santander corriendo más que caminando y también más tarde, del brazo de un chico, como vos, haciendo piruetas en el abrazo y el beso requerido.
Luego dejé de verte. Me mudé de barrio y vuelvo hoy a encontrarte en esta madrugada

¿Por qué no retorna a tus ojos profundos y enormes, el brillo, el fulgor que da el arrebato de aquel amor inocente y la hilera de tus dientes no amplían las carcajadas de tu boca, que por felices herían a los que al verlos no entendían ese amor?.
¡Si de éste, tu seductor cuerpo con el ritmo nacido de tus entrañas emanara nuevamente el halo del ave que ondula, sabio de su poder en plena caza!
¡Ah! Si volvieras a ser la pequeña Diosa del Olimpo de la calle Malvinas y fueras feliz hoy, mujer ya y callaras la voz monótona con que tarareás esta canción incomprensible que oigo salir de entre tus labios.
Si me volcaras el decir de tu cuerpo empobrecido y destruido por los vapores del alcohol que me llegan. Si te abandonaras a mis brazos y te cobijaras en ellos, aunque no quieras pactar con la felicidad y permitieras que en un abrazo te dijera “hija” y mintieras un “mamá”, acá te aguardo.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

3 DE DICIEMBRE








DÍA DEL MÉDICO

Lo que transcribo, no por conocido debería dejar de ser ser actual.

A quien se lo dedico ha sido merecedor de mi orgullo y el respeto de quienes fueron sus pacientes.

Pepe, fui testigo durante el tiempo que ejerciste esta profesión, mitad ciencia y mitad magia, que cumpliste gustoso con ella. Va para vos, para el recuerdo que llevo tuyo, mi homenaje y mi amor imperecedero.


Hipócrates de Cos (460-377 a.C.)

"Por Apolo médico y Esculapio, juro: por Higias, Panacace y todos los dioses y diosas a quienes pongo por testigos de la observancia de este voto, que me obligo a cumplir lo que ofrezco con todas mis fuerzas y voluntad.


Tributaré a mi maestro de Medicina igual respeto que a los autores de mis días, partiendo con ellos mi fortuna y socorriéndoles en caso necesario; trataré a sus hijos como mis hermanos, y si quisieran aprender la ciencia, se las enseñaré desinteresadamente y sin otro género de recompensa. Instruiré con preceptos, lecciones habladas y demás métodos de enseñanza a mis hijos, a los de mis maestros y a los discípulos que me sigan bajo el convenio y juramento que determinan la la ley médica y a nadie más.


Fijaré el régimen de los enfermos del modo que le sea más conveniente, según mis facultades y mi conocimiento, evitando todo mal e injusticia.


No me avendré a pretensiones que afecten a la administración de venenos, ni persuadiré a persona alguna con sugestiones de esa especie; me abstendré igualmente de suministrar a mujeres embarazadas pesarios o abortivos.


Mi vida la pasaré y ejerceré mi profesión con inocencia y pureza.
No practicaré la talla, dejando esa operación y otras a los especialistas que se dedican a practicarla ordinariamente.


Cuando entre en una casa no llevaré otro propósito que el bien y la salud de los enfermos, cuidando mucho de no cometer intencionalmente faltas injuriosas o acciones corruptoras y evitando principalmente la seducción de las mujeres jóvenes, libres o esclavas. Guardaré reserva acerca de lo que oiga o vea en la sociedad y no será preciso que se divulgue, sea o no del dominio de mi profesión, considerando el ser discreto como un deber en semejantes casos.


Si observo con fidelidad mi juramento, séame concedido gozar felizmente mi vida y mi profesión, honrado siempre entre los hombres; si lo quebranto y soy perjuro, caiga sobre mí, la suerte adversa".
Hipócrates de Cos

lunes, 1 de diciembre de 2008

EL INCA VIVE


Lo atendió como lo hacía con todos. Con la mirada a los ojos del otro, fuerte, blanda, comprensiva a la vez. Estaba acostumbrada a la tez morena, al olor de la leña o el carbón que salía de las ropas inimaginablemente limpias y planchadas, a su trato amable y el de los que venían a la consulta. Siempre primaba el buen gesto, porque ella siempre se adelantaba con una sonrisa.
Ya lo había detectado un día, sentado en un pilar, mirándose las manos, las zapatillas que pedían otras y con esa tristeza en los ojos brillantes que dan la pobreza y el hambre.
Poco fue lo que pude saber del encuentro, por ética, pero sí que quería estudiar. Supongo que contaría alrededor de 18 años, indocumentado y vivía no en el barrio, ni en la villa. Él estaba detrás, en la quema, sobre las ratas, donde las casillas no tienen número.
¿Cuánto podía esa mujer joven, con el beneficio de haber estudiado, hablarle de Freud, Lacan, del psicoanálisis, que sé que emplea como las condiciones lo requieren.

Me quedé en el prólogo que me refirió de la consulta, porque con ella y su conducta no hay acceso, justamente por principios. Mas en mi propia versión, imaginé su desolación. La de ella por no responder con las soluciones necesarias y la de él o los demás que los desespera por llegar a algún lugar, mientras la vida pasa al lado de ellos, con, “negro de mierda”,” ¿ por qué no trabajan”? ¿A qué vienen? ¿Por qué no se quedaron en su provincia, en su país? Y entonces como suelo recordar a menudo, pensé en mis abuelos catalanes ricos, que vinieron porque no acordaban con la política española y en los otros, italianos, que igual que como ellos desembarcaron en tiempos de guerra, ellos sabían de comer cucarachas o nada.
¡Cómo cambiaron muchos inmigrantes de otras épocas hacia los de ahora! ¡Cuánta exigencia! ¡Cuánta indiferencia!

Retorné al joven y no me animé a preguntar por él, ya que es confidencial e imaginé los ojos profundos, lustrosos, el hablar, los modales delicados y reverentes venidos del Inca y tuve vergüenza.