jueves, 27 de septiembre de 2007

VIENTOS DE PAGO ALEGRE

¿Cuántos años pasaron desde que subí al tren en Pago Alegre?...Y van para veinte.
Estaba cansado. Con siete años no sabía si tenía que tirarme en la ruta debajo de un camión o esconderme en el pozo del fondo del vecino. Mi viejo me pegaba con el cinto hasta que se cansaba, muchas veces porque no le traía la botella del boliche y otras porque sí.
Yo al boliche no quería ir por no aguantar las cargadas de los tipos que se la agarraban conmigo. Pibe, se te rompieron los pantalones, mirá el pelo que tenés, parecés una chica, che, ¿tu viejo ni para zapatillas tiene? Yo me moría de rabia y de miedo y si me iba sin el vino del encargue y… de entrada nomás recibía el primer cintazo.
Mamá no tenía y hermanos tampoco. Había una tía, la Celina, más avinagrada que el pimiento verde. A ésa también le tenía miedo. Andaba atrás de mi papá contándole que yo estaba siempre cerca de la ruta y seguro que un día me iba a escapar. Y acertó. Me escapé.
Me acuerdo que el tema fuerte fue el boleto que no tenía y el hambre que tenía atrasado. Se me hizo largo el viaje, nunca llegaba a la ciudad, pero yo estaba acostumbrado al hambre y al frío. ¡Vaya si tuve hambre, hambre para cuatro!
La estación a la que llegué se llamaba Retiro, lo supe más tarde. Me quedé parado como un poste. Se me acercó una señora. Me preguntó si estaba solo. No me salía palabra…acostumbrado a los golpes…
Me costó confiarme, yo desconfiaba de todo y todos, pero la señora que era linda y buena me dio un sándwiche y en cuanto le conté que sí, que estaba solo, me llevó a una casa donde había un montón de chicos.
Había uno grande que en ese momento creí que era el dueño y hoy sé que contaba con la edad que tengo yo hoy. Yo, que gracias a Cecilia, la señora linda y buena, hice la primaria, la secundaria y estoy en lugar de Roberto, aquél que me parecía medio hombre.
Yo, aquel purrete que vino de Pago Alegre sin plata, con miedo, sin familia, con hambre y tuvo la suerte de encontrar al ángel de Cecilia, hoy manejo un grupo de pibes, como los que comí el día en que llegué con la cara muerta de susto. Hoy soy su mano derecha.
Tenemos mucho que hacer en el merendero, pero jamás, jamás la voy abandonar, lo juro por el pibe de Pago Alegre.

domingo, 16 de septiembre de 2007

RENÉ
Baja, rulitos negros muy negros en una cara blanca rubicunda. René. Lloraba acurrucada en medio del gentío que iba y venía, abrazada a sus rodillas. Mutter…mutter…tátele. Sus cinco añitos no comprendían por qué mutty no estaba a su lado. ¿Qué hacían esos hombres empujando a Rosita y por qué le pegaban tanto a Gory. Pobre Gori. Dos brazos enérgicos la levantaron del suelo y en vuelo mágico se encontró con unas manos suaves, con una señora de vestido largo y un manto en su cabeza que le sonreía hablándole con palabras que no entendía mientras le lavaba con suavidad el cuerpo, los cabellos, en una tina con agua muy tibia, que calentó su cuerpo aterido de frío y miedo. En tanto la acariciaba, secaba sus lágrimas de niña asustada.Arrebujada en una frazada tomó un vaso de leche. Con sus ojitos temerosos aún vio que en el cuarto habían otras personas y a pesar del susto y el recelo, se quedó dormida. Para René, los días que se sucedieron en esa casa que era un convento de monjas y ella ignoraba fueron de tristeza y el intento de alegrarse con los juegos de otros niños que allí estaban, refugiados como ella. Pasó el tiempo esperando que sus padres vinieran por ella .La señoras de la casa, cada tanto la animaban con la promesa de que pronto volvería a verlos. Bien sabían las monjas que las garras de la Gestapo eran muy largas, que fagocitaban a los judíos y no se los volvía a ver. Hasta el día feliz en que el contacto que operaba con ellas le habló de una pista en Argentina y que sería muy posible que los Brunn estuvieran allí. Y fue así. René fue en barco en el año 50 a Buenos Aires, poco antes que los camicia negra se instalaran en Villa General Belgrano, en la provincia de Córdoba, en Argentina. René llegó y fue un encuentro doblemente inolvidable. Ya los papás alquilaban un departamento en la calle Potosí, en el barrio de Villa Crespo. Hizo la escuela primaria, tratando de aprender el nuevo idioma, pasó por el secundario y luego por la Universidad. Entró al Hospital Fernández, como practicante, siendo ya una linda mujercita. Alta, elegante, bondadosa, siempre con la tristeza en sus ojos, esa tristeza de los refugiados, pero la vida le preparaba el enamorarse de otro practicante, con el que se comprometió en dos meses y se casó a los seis. Malo todo.
El divorcio fue tan rápido como había sido el enlace. Su vida hizo un giro de 180 grados después de su divorcio. Encontró la verdadera felicidad con otro hombre y esta unión le dio la revancha que la vida le debía. Hoy vive recordando su infancia, la vida amorosa con sus padres y el encuentro con el hombre que la hizo feliz, pero hoy no está.
Cabe decir que René, se enteró hace muy poco tiempo, hoy que los años han pasado pero nada queda en el olvido, que la persona que la trajo a Buenos Aires era un agente de la GESTAPO arrepentido. René hoy es abuela.

domingo, 9 de septiembre de 2007

FUE EN BUENOS AIRES


Y el cielo se puso azul negro. Ella hubiera dicho lapislázuli, y él, qué oscuro está. Corrieron tomados de la mano como hacía tantos años atrás lo hicieran. Esta vez ella no llevaba la pollera ajustada, mas bienpor el largo parecía una zíngara y él no tenía tenía los botines con cordones, lucía zapatillas deportivas modernas. Al llegar bajo el no algarrobo, ella, rubita, ahora gordita, ojos zarcos, bajó la cabeza. Él tomó su mentón, lo alzó y la miró fijamente…y el cielo se aclaró. Ella se extasió con la hermosa noche transformada. Él disimuló el temblor de sus manos. Alcanzar el algarrobo los fatigó. Fue una carrera cargada de emociones.
Treblinka y Auswitz los había separado. Hoy Argentina los unía, ¿para no separarse? No. Ya no más.
Hasta la liberación de Auswitz en enero del 45, soñaba el muchacho cuando apenas dormitaba, con los ojos de ella. Soportó lo indecible, pero cuando se dio la orden corrió durante horas, llevando aún en el pecho el triángulo rojo de prisionero político. Jana en cambio, pobrecita Jana, hermosa Jana, apretando su violín contra el pecho arrastraba todavía consigo la cabeza rapada, apretujada entre los que no cabían en el tren de la muerte, del que zafó, por estar desmayada debajo de otra.
Una mano generosa los instaló en Buenos Aires sin saber uno del otro hasta que la casualidad hizo que se encontraran y el algarrobo fue testigo del abrazo que se debían y del temblor del muchacho hecho hombre fuera uno sólo.
En el encuentro, dijeron al unísono jamás olvidaremos los horrores del campo, la miseria humana a la que fuimos sometidos por la caterva de “privilegiados”. Habían perdido todo, casa, dinero, familia, por la locura de un fanático y sus sumisos cómplices de las aberraciones. Perdieron todo. Todo, menos el honor. Comenzaron una nueva vida. Bela vendía camisetas por la calle en el barrio del Once. Jana cosía vestidos para las mujeres adineradas de “la cole”,
¿Y René? ¿Y los cinco añitos de René?
Otra mano bienhechora ignorante del destino de ambos, la trajo a Buenos Aires desde un convento italiano, arrancada de los tentáculos nazis, recogida en las sombras entre el miedo, los gritos y amenazas. “La cole” los reencontró. Ahora estaba René.
Los tres fueron uno.
Los tres Brunn en Buenos Aires.

martes, 4 de septiembre de 2007

FRENTE A FRENTE


No sabía si estaba muerto o desmayado. En medio del silencio de pronto retumbó una música que no pudo reconocer y por sobre ella la voz decía, está bien, se recupera y otra voz, como un pito, ya vas a hablar hijo de puta. ¿Soñaba? ¿Estaba despierto? El dolor inmenso le demostró que no soñaba. El de la primera voz, le pareció tenía un saco azul, al otro no lo veía. ¿Habría alguien más? No lo precisaba. Sintió el raspar del cuerpo contra el piso cuando lo arrastraron ahí quedó indeterminadamente. Y le pareció que era otro día y otro y otro en que se sucedían las mismas cosas, el dolor ya aguantable en los testículos y en las encías, porque no sentía nada más. Que no sentía nada. Su cuerpo no era de él. ¿De quiénes era su osamenta? Un día se hizo silencio en su cucha y sólo supo tratar de olvidar el dolor. Luego mucho frío, después calor, semidesnudo, sucio, lastimado, empujado, arrastrado, obligado a caminar. Y ahí quedó. Creyó subir y bajar de un coche. Creyó.
¡Pasaron tantos años José! ¿Sólo desde cuándo? Perdiste la cuenta, José. Hoy bajás del tercer piso y lo ves. El del traje azul. Está ahí. Frente a vos. Los dos solos en el ascensor. Se miran los dos. Él esquiva la mirada. Vos le clavás bien los ojos. Ponés tus dos manos en su cuello y apretás, apretás. Salís a la calle silbando y respirando muy hondo.