miércoles, 28 de noviembre de 2007

JUDITH


Judith es tan blanda y tersa como el algodón, tan sutil y suave como la brisa de las tardes que la acaricia cuando se sienta en el banco de granito gris y da rienda suelta a sus pensamientos. Su actitud es como la de la estatua fina, yerta junto a la que se acomoda como en un ritual esttudiado.En una sola mirada no se las distingue. Marmóreas, idénticas en el silencio compartido, en la impúdica desnudez. Apenas sus cuerpos son velados por una tela escueta..
¿Qué espera Judith todas las tardes junto a Afrodita? ¿Aguarda que del cielo caigan gotas para rociar su esbelto cuerpo o tal vez la brisa travesee con su pelo? Pena por la otra con la que la brisa no puede jugar con sus cabellos y sólo le permita sentir su roce.
Judith espera algo más tangible, tan ruidoso como el de un coche y cuando Judith – Erato, que se corona con una guirnalda de hojas y una flor que recoge del jardín oye el rugido del motor y cuando él baje…él, su Hermes ingenioso, el muchacho dueño de sus sueños, ella correrá a sus brazos, él la levantará bien alto, pondrá sus dedos entre sus cabellos y ella sonreirá abrazándolo.
Erato espera a su Hermes y la helada Afrodita, expectante como salida recién del mar, bella y en su rostro todo el amor que ella representa.
La tardes de estío pasan, llega el otoño, detrás el invierno en el acostumbrado ritual. La historia se repite. Las dos están firmes. No se distingue cuál es una, cuál es otra.
La tarde es fría. Se oye el motor esperado y voces de hombres. – Bruno ¿es aquí?, me parece que te equivocás. – Te digo que muchas tardes paso y la veo. - ¿Tanto te gusta? – Sí, en mis noches sueño con ella, he llegado a amarla. -¡Qué raro sos! ¿Te agarró así de repente? – No tan de repente. Llevo un año observándola casi diariamente. Quiero tocarla, acariciarla y que al fin sea mía.
- Bueno Bruno, hoy es la tuya. Está oscureciendo. Si querés acerco el coche.
Bruno, alto, robusto, buen mozo, cruza la verja. Sus pasos apenas hacen ruido. Le fue fácil levantar sin ayuda a la bella Afrodita y entrarla en el camioncito.

jueves, 22 de noviembre de 2007

FLORENCIA


Te vi. Y me dije, con esta chica me caso yo. Era una frase de niño y éramos dos niños. Tendrías doce y yo trece. Fue a través de un alambrado. El que separaba tu casa de la de mis tíos. La blusa blanca que vestías apenas mostraba tu cuerpecito de ésos, tus doce años. Te seguí viendo por un tiempo y seguí alimentando la idea de que alguna vez fueras mía.
El tiempo, ese carretel de hilo que no para de desenrollarse siguió su camino, hilvanando historias. Historias dispares. No volví a verte. ¿Cuántos años pasaron? Veinte.
Veinte años en el camino de un muchacho de familia acomodada en un país que no era el mío. ¡Veníamos de tan lejos! ¡Mi Cuba lejana! La de mis abuelos, mis padres.
Colegio, profesores, salidas, diversiones, aprendiendo modismos argentinos y tratando de conservar los míos, con un toque brasileño, que también nos atraía. Eso que hace tan particulares a los brasileños.
Hasta que volví a verte. ¿Cómo te reconocí? Tenías el mismo color de pelo, de un castaño brillante. Los ojos penetrantes, engarzados en esa cara inolvidable. La boca, la boca tan amplia como los dientes perfectos, idénticos como el día aquel que me dijiste tu nombre. Florencia.
Florencia. ¡Cuántas veces traté de contar y recontar la cantidad de Florencias que conocía! Ninguna como la pequeña Florencia de los ojos agudos, tan agudos que quedaron prendidos cual garrapatas.
Te llamé por tu nombre en la esquina de Florida y Sarmiento. Justo en la esquina de la Franco – Inglesa.Una esquina inconfundible de Buenos Aires.
No dudé. Dije Florencia y te diste vuelta. Eras Florencia. Esa Florencia, ramillete de flores con el que había soñado tantas noches. Cimbreante entonces, voluptuosa ahora, con la cadencia propia de la mujer latina. Un halo te rodeaba para mi gozo y deleite y para los que accidentalmente, como yo, te veíamos en medio del gentío, destacándote como una estatua virginal. Te volviste y me reconociste de inmediato. Un ¡José María! salió de tus labios rojos. Te invité a un café cercano y allí sentados contra la vidriera, horas y horas hablamos de la infancia.
Yo hubiera deseado que me vieras un poco mejor de lo que era, menos flaco y menos esmirriado. Así y todo, yo compungido y acobardado por mi presencia física, logré que nos encontráramos muchas veces, recorriendo los cafés de Buenos Aires.
No pasó mucho tiempo para que nos fuéramos a vivir juntos. ¿Cómo explicar mi relación con vos, Florencia, mi amor? ¿Me habrás amado como yo? Eras para mí como la miel de las citas bíblicas, un producto sagrado.
Llevabas en la sangre la estirpe del tango devenida de tus padres, muy porteños e interpretabas en el piano, con una pulsación digna de cualquier hombre pianista (lo escuché decir a varios muy entendidos). Pero después de haberte acompañado a salas de baile de tango y que me enseñaras a “llevarte”, (expresión bien tanguera) un noche te llevé a un lugar donde compatriotas de mis padres hacían música al son de guitarras y tumbadoras. Guarachas, mambos y cha cha chas resonaban en los instrumentos y tú llevabas la música y la danza dentro de ti. Al primer cha cha cha, tus pies marcaron esa particular forma de rozar el suelo en esos tres tiempos seguidos y, Florencia, ya estabas en medio de la pista luciendo tu gracia, tu donaire. … Lo que yo llamaba dulce miel rociada con un toque de ron...Y como la música de nuestro país es la conjunción del ritmo español con el africano, tus caderas, sensualmente originaron un éxtasis total en la concurrencia. ¡Si parecías una cubanita recién llegada!
Nos instalamos en San Telmo. ¡Cómo separarnos! Tocabas el piano en una orquesta y yo pasaba la mayoría del día frente a mi vieja Remington tratando de escribir. La máquina corría velozmente al mismo ritmo de tu piano.
Y vuelvo a tus ojos penetrantes, tus ojos de terciopelo, mi Florencia cimbreante, junco mecido por una suave brisa. Florencia amorosa, amante delicada a la vez que voraz, buscando siempre ganar la partida… estoy recordando… nena, tu figura, tu cuerpo desnudo al trasluz, único en tu incomparable desnudez.
¿Para qué recordar? Si de pronto, en un instante, una mujer desconocida, con impiedad, con crueldad imprevista, cayó sobre mí como ráfaga helada, con mazazo traidor. Ahí, en la tibieza del cuarto de San Telmo, poblado de caricias y dulzuras, como un rayo fulmíneo dijiste un ” no va más, José María”. Y me quedé aplastado, anonadado, mirándote, Flor desconocida. Con las manos en la cintura, más linda que nunca, mas otra, terrible, hierática, de pronto como un huracán.
-¿Y yo? te dije en un susurro mortal. - ¿Y yo qué? - ¿Y mi amor? ¿Nuestro amor?... Tomaste un pequeño bolso y desapareciste de mi vida.
¿Dónde fuiste? ¿Dónde terminé? Caí en un hospital del que hace poco me rescató Manucho. Me llevó a su casa hasta que me fui reponiendo del dolor que casi termina con mi vida a no ser por él y los demás amigos que conocí en este país.
A toda costa ha querido sacarme de Buenos Aires y llevarme a las sierras de Córdoba a reponerme. Incluso me ha convencido de un trabajo en la redacción de un diario local y me resisto a irme de esta capital a la que me he acostumbrado, como si fuera porteño.
Internado en la sala del hospital trato de borrar de mi retina la última imagen tuya y ya fuera de él, no he hecho otra cosa que pensar en tí, y si se quiere, regodeándome con el dolor, codeándome con él, como con un amigo del que no se puede prescindir.
¿Fue realidad o una pesadilla? Debo haber soñado toda esta historia, esta historieta, que ni para escribirla sirve.
Pero siempre vuelvo a vos, Florencia, a vos. Sí. Viví por y para lo nuestro. Me resisto a ir a Córdoba. A alejarme de los lugares comunes que me hicieron tan feliz y tan desgraciado. Pero Manucho puede más que yo. Aprovecha mi desventaja. No tengo ganas de verlo porque sé que inmediatamente hablaré de lo mismo y cuando no sea con él, lo haré con otro y con otro también hablaré de vos.
¿Cómo hago? ¿Cuál será la forma de desaparecer de este infierno maldito en el que no veo más que lo que veo, Florencia? Tus ojos, tus manos y escucho tu voz seca al despedirte cuando lo nuestro habían sido rosas y mieles, tangos y boleros. Y bueno iré a Córdoba, trabajaré en el periódico, iré a comer con Manucho.
Intentará presentarme a alguna mujer y volveré todas las noches a soñar contigo, como casi todas las noches de esta alargada vida.
Y voy a Córdoba. Y en Córdoba da un vuelco mi existencia.
A mi llegada, mi amiguito Manucho lo primero que hace es invitarme a cenar con una chica, lindita ella, bajita, menuda, que se me cuelga al cuello diciéndome ¿así que vos sos el gran José María? Manucho no para de hablar de vos. La miro. La mido. ¿Sabrá toda mi historia? Ni se la pienso contar, pues que no se lo crea.
Con el cansancio que traigo, cansancio viejo, de la duración de tanta amargura, y Manucho que comienza con el tema del lugar para ir a comer. Ni me da a tiempo a resistirme y ya estamos cenando y él comiendo a dos bocas y la lindita tampoco para. Ella, insistente, me pregunta en un aparte qué opino de Manucho, porque está muerta con él. Y Manucho que ni la mira, absorto en sus vermicelli al vóngole.
Cuando ya se termina la cena y mi amigo se comió todo, porque siguió con pollo a la portuguesa, luego un gigante sambayón y después un heladito “para bajar el exceso”, retomó la segunda parte del arreglo de mi vida. Ya tenés dónde alojarte. Alberto quiere que compartas su departamento. Conocés a mi hermano, es un tipo fenomenal.
Ni hablo, ni lo intento, Manucho es el arreglador oficial. Manucho compone todo. ¿? No me queda más que pensar que el fenomenal es Manucho. ¿Habrá otro amigo como él?
Han pasado meses. Trabajo a todo vapor en el periódico. Mis compañeros son geniales. Los días se me hacen fáciles, porque el trabajo es mucho.
Pero las noches, ah, en las noches no descansan mis elucubraciones.
Nena, Manucho, el gordito cómelotodo, es el artífice de mi felicidad. Obvió la realidad para que yo pudiera salir del pozo. Te trajo a mí y soy el hombre más feliz del mundo.
Desde la ventana del 2º piso de la Editorial, te veo jugar con la bebita y eso es lo más maravilloso de mi vida que alguna vez fue un infierno y hoy es un paraíso. Lo demás está en mi unidad sellada, allí donde reservo mis recuerdos, pero en el olvido total.
Esta noche cenaremos como siempre en el restorán. Seguro que estarás linda como siempre, aún con el pañuelo en tu cabeza, que cubre las secuelas por lo que te alejaste de mí para no hacerme sufrir.
Sólo lamento no haberte acompañado en ésa, porque pase lo que pasare, estaré contigo hasta el fin, Florencia mía.

jueves, 8 de noviembre de 2007




Buenos Aires, no sé siquiera el día. Digamos uno cualquiera.

Soñé que el fuego se helaba
soñé que la nieve ardía
y por soñar imposibles
soñé que tú me querías....

Querido mío
¡Cuántos años hacen que esta estrofa está ahí dentro de mí! Recuerdo que mi padre la contaba, como “Le corbeau”, con esa gracia natural y una entonación particular y hoy viene en el instante en que pienso en nuestro amor. Yo te amo. Yo te amo. ¿Me amas tú? ¿En tu pecho sientes el mismo latido mío? ¿Acaso tus manos sudan como las mías cuando voy a tu encuentro? ¿El vahído que me acomete en el momento en que me miras te invade igual que a mí?
Sólo espero tu llegada, siempre puntual, antes de la hora prefijada. Me regodeo al presentir tus pasos presurosos y esa sonrisa amplia que descubre tus dientes blancos, perfectos.
Y me pregunto, ¿podremos alguna vez llegar a poner nuestras cabezas en la misma almohada y preguntarnos en la mañana? ¿cómo hemos despertado?
No has contestado mi última carta y la espera me hace sentir inmoralmente impaciente.
Te digo, mi alma, que mientras el aire envuelva mi doliente cuerpo y el temor se ensañe hasta la sima, seguiré buscando en lo profundo, ahí, donde pretendo cobijarme, entre tus brazos, para desentrañar el misterio, los misterios, el interrogante de mi vida misma. Tengo las alas quebradas en el esfuerzo delirado por volar hacia vos. El miedo me alucina. Anhelo en silencio que apacigüe la tormenta, las hojas se dispersen, se sosiegue el viento y en un letargo, la turbación dé paso al descanso de mi mente. Harta estoy de vibrar en esta espera. Miro a través del cristal de la ventana y me digo si en el titilar de las estrellas amagadas en el cielo oscurecido, ya culminan las formas fantasmales de tu ausencia y los dioses interceden y convierten en luz las sombras de mis sueños...y tal vez reviertan el sino y pueda bailar esa danza ensoñada, voluptuosa. ¿Llegará la pretendida felicidad que ansío?Se hará verdad esta danza que imagino afrodisíaca?
Dejo de escribirte y salgo a las calles a buscar en un signo, tu amor correspondido. Quizás vengas a mi encuentro, no percibo dónde estás.
Mil pájaros le cantan a la felicidad, otras mil flores la perfuman. Pero yo sin ti miro a mi alrededor y oteo el infinito y diviso que ella está dentro de mí. ¿En mí y sin ti? Sabes que te espero. Ambiciono hallar la convergencia, el punto exacto del fugaz momento en que se fundan el amor y mi atormentado intento. Gritar por las calles que te amo y tú lo mismo. Definir que ése es el amor y acceder al subrepticio, diminuto éxtasis en que se encuentren nuestras miradas.
Elucubro que de tu mano vendrá la fuerza de vivir en este mundo lleno de esperanzas muertas y...revivir. Quiero saber por qué sufro, por qué lloro aún teniendo vida todavía.

Ya lo sé, no me respondas. Jamás te he visto ni conocido.



Buenos Aires, no sé siquiera el día. Digamos uno cualquiera.

Soñé que el fuego se helaba

soñé que la nieve ardía

y por soñar imposibles

soñé que tú me querías....

Querido mío

¡Cuántos años hacen que esta estrofa está ahí dentro de mí! Recuerdo que mi padre la contaba, como “Le corbeau”, con esa gracia natural y una entonación particular y hoy viene en el instante en que pienso en nuestro amor. Yo te amo. Yo te amo. ¿Me amas tú? ¿En tu pecho sientes el mismo latido mío? ¿Acaso tus manos sudan como las mías cuando voy a tu encuentro? ¿El vahído que me acomete en el momento en que me miras te invade igual que a mí?
Sólo espero tu llegada, siempre puntual, antes de la hora prefijada. Me regodeo al presentir tus pasos presurosos y esa sonrisa amplia que descubre tus dientes blancos, perfectos. Y me pregunto, ¿podremos alguna vez llegar a poner nuestras cabezas en la misma almohada y preguntarnos en la mañana? ¿cómo hemos despertado?
No has contestado mi última carta y la espera me hace sentir inmoralmente impaciente.
Te digo, mi alma, que mientras el aire envuelva mi doliente cuerpo y el temor se ensañe hasta la sima, seguiré buscando en lo profundo, ahí, donde pretendo cobijarme, entre tus brazos, para desentrañar el misterio, los misterios, el interrogante de mi vida misma. Tengo las alas quebradas en el esfuerzo delirado por volar hacia vos. El miedo me alucina. Anhelo en silencio que apacigüe la tormenta, las hojas se dispersen, se sosiegue el viento y en un letargo, la turbación dé paso al descanso de mi mente. Harta estoy de vibrar en esta espera. Miro a través del cristal de la ventana y me digo si en el titilar de las estrellas amagadas en el cielo oscurecido, ya culminan las formas fantasmales de tu ausencia y los dioses interceden y convierten en luz las sombras de mis sueños...y tal vez reviertan el sino y pueda bailar esa danza ensoñada, voluptuosa. ¿Llegará la pretendida felicidad que ansío?
Se hará verdad esta danza que imagino afrodisíaca?
Dejo de escribirte y salgo a las calles a buscar en un signo, tu amor correspondido. Quizás vengas a mi encuentro, no percibo dónde estás.
Mil pájaros le cantan a la felicidad, otras mil flores la perfuman. Pero yo sin ti miro a mi alrededor y oteo el infinito y diviso que ella está dentro de mí. ¿En mí y sin ti? Sabes que te espero. Ambiciono hallar la convergencia, el punto exacto del fugaz momento en que se fundan el amor y mi atormentado intento. Gritar por las calles que te amo y tú lo mismo. Definir que ése es el amor y acceder al subrepticio, diminuto éxtasis en que se encuentren nuestras miradas.
Elucubro que de tu mano vendrá la fuerza de vivir en este mundo lleno de esperanzas muertas y...revivir. Quiero saber por qué sufro, por qué lloro aún teniendo vida todavía.

Ya lo sé, no me respondas. Jamás te he visto ni conocido.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

QUIERE...

Cuando salió de la oficina, después del llamado de Marcos, no le alcanzaban sus
piernas para llegar a su casa y discar el número para terminar la conversación.
¡Tan hermosas sus palabras! ¡Tan firme su planteo! ¡Tan esperado!
Subió al ascensor y corrió hacia el teléfono… Ocupado una y otra y otra vez.
Se descalzó, mudó su ropa por algo más cómodo. Se miró al espejo. Se volvió a
mirar y dijo, quiero.
Quiero ser una princesa de los cuentos de hadas de mi infancia. Descubrió que
al ser humana, albergaba defectos, por tal, no lo sería.
Quiero, espejo, sonreír hoy. No salió la más mínima sonrisa de su boca.
Quiero abrir mis manos y retener el mar de nuestro amor y presiento algo.
Quiero extender mis brazos para detener el viento, no me roza.
Quiero gozar de la luz maravillosa que muchas veces nos ilumina y estoy a oscuras.
Quiero poseer, tener, paralizar una mariposa que se ha colado en mi ventana,
revolotea y escapa huidiza.
Quiero deleitarme con la flor abierta al cielo que se filtra entre mis ojos y no la veo.
Quiero. Quiero.
El timbre del teléfono suena estridente. Corre, atiende. Su cuerpo se desliza hacia
el piso que la recoge blandamente.
Marcos ha muerto.

Para quién si no





MÁS TARDE

Dime que quieres llegar y llegaremos.
El final: como luz en la distancia,
sí, está lejos, mas no importa,
Si vamos juntos, tomados de las manos,
enlazadas, encintadas y ajustadas,
daremos lucha a todo lo que aparezca o nos enfrente.
Yo no seré Penélope esperando,
yo seré la mujer de Espartaco.
Blandirás tu amor como espada desafiante
y ganarás, y con mi esfuerzo agrandado,
lograremos el triunfo que soñamos.
Dos luchadores de la vida somos,
dos bravos triunfadores de una insólita carrera de sortijas.
Vos serás la cadena de mi cuello,
yo en cambio, me convertiré en tu camafeo.
Cuando el atardecer sea muy breve,
las noches largas, el tiempo añejo,
recorreremos fotografías nuestras,
reiremos complacidos, cantaremos
el ruido del correr del agua
en las gargantas
y los ojos achicados por el sueño.

SOLA
Sola.
en la soledad de la nulidad absoluta,
del alarido sin respuesta,
del grito, del ahogo en el corazón roto.
Sola.
Desgarrado gemido.
Sola.
Del amor terminado.
Sola en el camino del regreso
cuando pesan las horas y los días,
cuando una sonrisa asemeja
a un circo en función no deseada.
Sola.
Cuando el llanto es un río desbordado
y los sauces tienen sus ramas mojadas.
Sola de todo, menos de vos.
Unos segundos tuyos
tapan el rumor interno
que acorrala, destroza, enloquece.
Rumor maldito que a mi cabeza hiere
sin pudor, sin pausa, sin piedad
y sin remedio.
Enemigo que necesito acallar
de la forma que convenga
y darle un punto final.


¿?

¿Me miras?
Otrora lo hacías.
¿ Tu amor se ha consumido ?
El mío sigue intacto.


EL SOL NO SALIÓ

Sabor de primavera llena de olores,
calor que baja con ardor,
alumbra y abrasa.
Sabor de tiempo de balances,
facturas que fluctúan en la orbe diametral.
Amor diluido, amor difuso,
amor desatado, con nostalgia.
Gusto del fruto prohibido,
miedo a perder lo construido
en un único minuto
y querer que dure un tiempo eterno

y no.