lunes, 10 de mayo de 2010

ESTA MURGA SE FORMÓ...


Desde que nació, en el barrio le decían pulga. Seguro porque no tenía alas, aunque quería volar y volaba. Pegaba saltos que casi cada uno pasaba el metro.
Chiquito, oscuro, patas largas, la remera colgando despareja de una percha flaca, angulosa, los pantalones sobresaliendo por todos lados y los pies gorditos como mini empanadas.
Cuando competía con otros siempre llegaba más alto o más lejos que todos. Seguro que en La Paternal no había quien pudiera con él. Y era chico no sólo de tamaño, de edad también.
Le gustaba eso de dibujar y de repente leer despacito y sin apuro. Deletreando apenas. Pero cuando no quería faltar al cole, era el día que tocaba gimnasia. Ahí su poder sobresalía. Les ganaba y con ventaja.
Además tenía un sueño, una ambición. Mientras podía se escapaba al galpón y practicaba. Todo el año practicaba. Como los otros, pero escondido tras algún tablón. En cuanto empezaba el Cholo con el bombo y los platillos, ya soñaba con el frac o la levita. Lo demás, el pantalón, los guantes y la galera, vendrían después, eran delirios más lejanos.
La agrupación ensayaba todo el año y el pulga soñaba en cada ensayo.
Y llegó febrero y con él, el carnaval y la murga.
El Director lo encontró haciendo cabriolas detrás de los tablones, lo miró de arriba abajo y con un - pulga, ponete adelante que vamos a ensayar. A ver qué hacés, y el pulga empezó a saltar, a dar patadas, contorsiones vistosas como las del mejor murguero.
El redoblante paró, el pito se detuvo y la solista con las chicas bailarinas dejaron de bailar, quedaron inmóviles.
- Pulga, ¿quién te enseñó?, preguntaron.
Y el pulga, chiquito, negrito, miniatura de persona - …y…de mirar.
Y vino pronto la levita con lentejuelas bordada por su mamá con hilos dorados, el pantalón para su tamaño y el sueño imposible de su vida, la galera. La galera que cada tanto le tapaba los ojos pero como con el tiempo la cabeza le creció, el problema tuvo arreglo.
Él siguió con sus ensayos en el galpón, con los Canosa, los Castro y los Tedesco, desde el abuelo a los nietos, y los Carrizo con todos los primos y las chicas, que bailaban como verdaderas bailarinas. Uno de los Castro se casó con la hija de Canosa.

El pulga ya tiene años. Sentado bajo el árbol de su puerta, quimérico, recuerda algunas glosas en voz baja y entra con paso lento a buscar entre los papeles, un recorte del diario en que está adelante de todo, pegando un salto como de garrocha.

domingo, 9 de mayo de 2010

EL SUETER VERDE

No podía pensar en otra cosa que no fuera ese sueter verde puesto y prendido al revés.
Por la mañana Mecha le había dado un beso como los escapados de entre las comisuras, chirle, ladeado, con apuro.

Él se quedó a la espera del otro cotidiano, el otro, el cotidiano. ¿Había otro cotidiano cercano? ¿Hubieron otros cotidianos? ¿Alguno cotidiano?
A ver… desde hacía tres meses, cuando fueron a ver El Secreto de sus ojos, a la salida ella lo abrazó fuerte, fuertes el abrazo y el beso. Y la miró fijo.
Estaba linda como siempre. Llevaba el sueter verde y una pollera negra. Recordaba el sueter verde porque lo habían comprado, encandilados por el furor de ese verde, juntando los últimos pesos del mes. No recordaba haberlo visto más.


Se levantó a las 9. Había tiempo para llegar al estudio para las últimas tomas. El trabajo estaba saliendo bien y había otro en vista. Al exigente Reboira le gustaron las que vio. Hoy terminaban.
La exuberante y sensual Paula se cubría un hombro con un sueter verde fulgurante igualito al sueter de Mecha. La colorada Melisa estaba metida en una especie de vestido del mismo tono, quizás un tono más fuerte y Yami, la turca, apenas se cubría con un stapler (¿se escribe así?) también verde y unas gasas colgantes verdiazules.
¿Era él? ¿O todo era verde?
Terminaron. Quedaron en ver la compaginación completa y se despidieron.

Se acercó al coche y el sol a la chapa le daba un tinte raro, algo así como verdoso. Subió, arrancó y como los semáforos estaban todos en verde, siguió libremente. No tuvo que parar nunca.
Cuando lo sacaron debajo del colectivo, de un piso verde como el césped de la cancha de Boca, el médico el SAME le preguntó si era daltónico. ¡Hombre, pasó todos los semáforos en rojo!
Y ahora, con la pierna enyesada, un ojo tapado, un suero que lo mira desde arriba riéndose de él, entra Mecha con su sueter verde, ése reapareciendo, puesto y prendido al revés.

Le preguntó ¿esta mañana nos despedimos o de dónde venís, Mecha?

sábado, 8 de mayo de 2010

IDEA FIJA




Tiempo hace que una idea fija o quizás un antojo me invade. Se adueña de mí.
¿Cuál? Escribir un cuento que dé o me dé miedo. No aparece el tema, el concepto miedo.
Van 50 años que incursioné por la pluma cucharita, la cucharón, la primera Parker, el bolígrafo, si era negro mejor, la tormentosa computadora, en el discurrir entre amores ensoñados, producto de mis lecturas de Corín Tellado, el deleite de Cuéntame, a escondidas de mi papá, hasta su desaparición, la de Cuéntame, la fruición por Romeo y Julieta o La Dama de Las Camelias. Es inútil.
Mis rosas blancas, las rococó, las blancas gigantes y las rojas carmesí de mi jardín o la dama de noche enlazada en la verja de la puerta de calle han endulzado las páginas de los tomos I, II y III de “Noches de luna”. Esas ediciones caseras que me regalé. Así como supieron subyugarme mis encuentros con Ernesto en su atelier, donde pinceladas como las suyas me exaltaban hasta el paroxismo.
Luego acaecieron la llegada de Dionisio, Electra, Platón, Enriqueta, Jaime y la benjamina Beatriz, todos ellos con su niñez especialmente conducida con esmero y la cuidadosa adolescencia y educación impartida por ambos, Ernesto y yo.
Más tarde sobrevino la acertada elección de sus consortes, el advenimiento de los nietos Johnatan, Ramiro, María de Los Ángeles, María del Pilar, María de Las Nieves y las pequeñas gemelas María Sol y María Amparo, que han hecho de mi vida una guirnalda de flores y ambrosía.
No debo olvidar a Celsa, que durante 60 años cuida de mí como a Popea en sus afrodisíacos baños.
Mi mente no se emparenta con el suspenso, el terror, ni siquiera el miedo.

En este instante, transpirada hasta los tuétanos, con sudor pegajoso en el mínimo centímetro de mi piel, a la vez electrizada, espero que alguien venga a rescatarme., donde me hallo …perdí la cuenta desde cuándo.
Todos se han ido a la playa de veraneo menos yo, olvidada no sé por qué motivo.
Y por más que pienso no se me ocurre nada para un cuento de miedo.

jueves, 6 de mayo de 2010

HOY



Hoy ya pasé los 77. Número raro, si los hay. Y entro a los 78, número grande si también existe. Existen muchos. Están en las Matemáticas.
El tema es sortearlos.

Y sentada ante estas enormes, parejas, claras letras, me digo, caramba, ¡cuántos!

78 años, 836 meses, sin contar los 9 de gesta.
Sin contar los minutos y horas extras de llantos de bebé, de tristezas por la muñeca rota, los enojos por las medias corridas, los desencuentros con el amor de mi vida (desencuentros de esquinas y de los otros), corridas por las carreras (de ambos), transtornos por el casamiento, los extensos tiempos dedicados a los hijos, los restados a la atención de ellos, la intensa vida en común de 47 años y medio, sin llegar a los esperados 50.

Y deduzco, cuántas horas, cuánto tiempo.
Vaya a saber hasta cuándo ahora que estoy sin las muletas que tuve desde aquella vez que me dijo:¿ querés andar conmigo?...Y anduve.

miércoles, 5 de mayo de 2010

DANZA PARA CINCO PERCUSIONISTAS



Llegó al San Martín con tiempo. Había entradas todavía. Como siempre las dos compartirían Danza Contemporánea. Como tantas veces.


¿1989? Reponían Bach N° 3, Triple tiempo, Bailando en la oscuridad. Hoy bailaban Danza para cinco percusionistas, de Alejandro Cervera.

Dejó la entrada de ella en boletería por las dudas. Temió por su tardanza. En el San Martín como en el Colón, si no se llega antes de levantar el telón, hay que esperar el intervalo. Ella nunca llegaba tarde. Siempre salían juntas desde la casa.


Se sentó. Apoyó la cartera sobre su falda. No le gustaba ocupar el otro asiento reservando el lugar. Justo antes de comenzar, Micaela llegó, con su hermoso tapado rojo con cuello y puños de terciopelo negro. ¡Qué bien le sentaba! Era su prenda eterna.


Como tantas veces le dio un beso apurado.
Como tantas veces se quitó el abrigo silenciosa y meticulosamente.
Como tantas veces suspiraron con la suba del telón.
Como tantas veces no quitaron la vista del escenario.
Como tantas veces, en algún instante sus manos se juntaron y apretaron.
Como tantas veces, miraron hacia atrás para ver si Wainrot y Cervera estaban en algún lugar de las últimas butacas de la platea.
Como todas las veces aplaudieron de pie con fervor y un ¡bravo!

Como todas las veces, ya en la calle, guardó su entrada y la de ella en su cartera.
Como todas las veces, volvió a su casa, sola.