Y ERAN DOS NIÑOS
Y eran dos niños, de 12 y 13 años, que jugaban por las tardes.
No quedaba alguna sin jugar. En orden primero, fútbol, entre dos enormes álamos que hacían de arco, donde la vio por primera vez, subida en el árbol más alto, y se dijo, con esta chica me voy a casar.
Y jugaban cuatro, con los hermanos de ella de 4 y de 7 ¡quién mete gol entra! (la consigna) y… había robo de los varones. En segundo término, basket, cuando la flaquita para jugar se ponía el jardinero del hermano, ahí ella tenía un poquito de ayuda con su cuerpo delgado ya que le era más fácil driblearlos.
Los dos eran flacuchos, los hermanitos, morrudos. Ping pog y charlas hasta el anochecer, que se terminaba si el morrudito rompía la pelotita cuando perdía o ésta se escondía entre los bancos largos del comedor de la colonia donde la nena vivía.
Tenían pequeñas historias parecidas. Los dos inapetentes, reacios para alimentarse, ambos poniendo la cola para las inyecciones de calcio. “porque eran muy flacos”, decían las madres o habiendo tomado esa asquerosa mezcla de oporto con cáscara de huevo molida (no se conocían aún, pero iguales costumbres de le época.)
Llegó la adolescencia, ésa, la del adolescer y la amistad se amalgamó.
Él para ella era un sabio, era su guía en matemáticas, física y química competencia mediante, en las que ganaba siempre él muchachito, por determinar quién tenía mejores profesores. Yo tengo a Cichero en Geografía, decía él y ella respondía y yo a Astolfi en Historia...
Vino la juventud primera y al llegar a maestra, el tímido muchachito le pidió si quería “andar” con él y considerando una respuesta de antemano, desapareció .por un par de meses. La nena señorita no podía soportar su ausencia. Una oportuna operación de apéndice, un mechón bajo la almohada de la cama del hospital, un sí exhalando éter…y de allí en más,” anduvieron”.
Ella no quería perder al amigo.
Ocho años "anduvieron". La joven terminó su carrera corta en tres años y el tímido joven, la mejor carrera del mundo para ella, en 7.
Y fue el noviazgo más envidiable que se pudiera soñar. Cartas y visitas diarias, largas caminatas y los monólogos inacabables de mujer, con preguntas e interrogantes a su sabio, incluidas.
Ella no había querido perder a su amigo. Ella no quiso perder el amor de los dos.
Se casaron, con obstáculos y como dicen las reglas “para toda la vida”.
Hoy se la ve grande, ora eufórica, ora abatida, rinconeando, llorando por esa cruel promesa de” para toda la vida”.