Y la luna no era más que la luna. Plateaba con orgullo el inmenso río enamorado.
El hombre de gorra calada hasta el interminable cuerpo en la inmensidad de la noche ribereña, con la soledad metida en las entrañas de su carne magra, de las manos callosas por el mimbre, otrora rey del delta y hoy sombra del pasado orgulloso, se sentó en el muelle. Apenas un murmullo entrometido, el sibilante ruido de mosquitos dañinos, belicosos, no hacían mella en su acostumbrada osamenta, guerrero imbatible, que espió la otra orilla.
Dueño de pequeñas ambiciones, sacó el papel de la carpeta amarillenta y la birome del bolsillo del pantalón de incierta descripción y volcó las sentencias aprendidas de libros de otros dueños, de orejas pegadas a la radio a batería, de encuentros esporádicos en su esfuerzo de aprender, autodidacta de fruición golosa del que no apetece bienes materiales y sí la inmodestia del saber.
Escribió y guardó entre sus preciados tesoros. Pasó el tiempo mojado de agua sombreado por los sauces y de visita en la urbe, esa locura en movimiento que lo deslumbraba, devino la oportunidad conseguida tras un titubeo ambiguo, con suficiencia de hombre memorioso a ultranza y entregó el papel cuadriculado, vigilando con avidez el gesto de la que leía con interés insospechado…y escuchó de los labios de quien creyera leída:
El hombre de gorra calada hasta el interminable cuerpo en la inmensidad de la noche ribereña, con la soledad metida en las entrañas de su carne magra, de las manos callosas por el mimbre, otrora rey del delta y hoy sombra del pasado orgulloso, se sentó en el muelle. Apenas un murmullo entrometido, el sibilante ruido de mosquitos dañinos, belicosos, no hacían mella en su acostumbrada osamenta, guerrero imbatible, que espió la otra orilla.
Dueño de pequeñas ambiciones, sacó el papel de la carpeta amarillenta y la birome del bolsillo del pantalón de incierta descripción y volcó las sentencias aprendidas de libros de otros dueños, de orejas pegadas a la radio a batería, de encuentros esporádicos en su esfuerzo de aprender, autodidacta de fruición golosa del que no apetece bienes materiales y sí la inmodestia del saber.
Escribió y guardó entre sus preciados tesoros. Pasó el tiempo mojado de agua sombreado por los sauces y de visita en la urbe, esa locura en movimiento que lo deslumbraba, devino la oportunidad conseguida tras un titubeo ambiguo, con suficiencia de hombre memorioso a ultranza y entregó el papel cuadriculado, vigilando con avidez el gesto de la que leía con interés insospechado…y escuchó de los labios de quien creyera leída:
Ser respetuoso y tolerante con todas las ideas políticas y con todas las ideas religiosas.
Tratar a los demás como nos gustaría ser tratados.
No menospreciar a ninguna persona por su raza o condición social.
Partir de la base de que los derechos de cada cual terminan donde empiezan los demás.
Hacer el bien por el gusto de hacer el bien.
Solamente una vez pasaré por este mundo; cualquier palabra bondadosa: que pueda pronunciar, cualquier acción noble que pueda realizar, diga esa palabra, haga esa acción, pues no pasaré más por aquí.
Ésta es la simpleza y la profundidad de un isleño autodidacta, pensador desconocido.
2 comentarios:
Que lástima que no conozcamos al isleño maravillos. Uno puede imaginarlo por la belleza del texto. Felicitaciones con todo mi corazón, Merci
Lo conozco, Merci.
Puede nombrerte los congresales de Tucumán con nombre y apellido completo y agregar a qué provincia representaban.
Una de las tantas cosas que aprendió para saber, el isleño de padres inmigrantes.
Un abrazo grande y un beso chiquito y un saludo para toda la familia.
Sonia
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