viernes, 6 de junio de 2008

BETITA

A ella no le habían enseñado a llorar. ¿O no tuvo oportunidad de aprender?
A la noche iba a su cuarto, reducto infranqueable al llanto. Allí esperaba las manos de nubes irisadas en plena danza, le deseaban buena noche y no faltaba una sola caricia limitando su flequillo infantil parejo al límite, cortado on maestría por su mamá, como con el metro de madera con que la tía Delfina medía las telas en su taller de costura. Las manos más tibias del orbe se posaban sobre su cabeza con el roce peculiar de las hadas de los cuentos. El llanto ahí no podía entrar. Betita tenía un trato. Yo no lloro, vos no entrás.
Por lo que el llanto no traspasaba, el miedo, sí.
El cruel se instalaba en cuanto las manos se iban a otro cuarto y ella quedaba expuesta a la espera. Esperaba, porque siempre venía, como las noches suceden a los días y el sol a la luna. Venía.
Sabía ubicarse el personaje, justo donde ella pusiera sus ojos temerosos y llenos de la niebla desparramada en el campo desierto en los anocheceres solitarios.
Desde la ventana la amenazaba con el puñal del matrero listo para el golpe final y ensartarla por la espalda. Conocedora de su maldad se acostaba como siempre, boca abajo y comenzaba el duelo. El puñal se acercaba y Betita se acurrucaba cuanto más podía, bien chiquita, gusanito de las manzanas verdes que recogía en la quinta.
O el maldito encapuchado, fusto pegado al ropero, se movía en un vaivén, al compás del vals de la clase de danza de la tarde.
Betita sin llorar. Ojo con romper el pacto, apretaba los dientes que el dentista vista de águila, no lograba separar en ninguna consulta.
Agotada, quedaba dormida entre medio de las sombras de los intrusos.
Fatídica fue la noche en que se abrió la ventana en un golpe de martillo. Entró el personaje, esta vez el más grande que existiera jamás. No se dio vuelta. No tuvo tiempo cerca suyo, bien cerca con destellos apuntando a sus ojos oyó su voz.
¿Y por qué tenés miedo niña tonta? ¿Por qué el pánico?
Betita tomó coraje. Se levantó de su cueva nocturna, encendió la luz. Su guardapolvo blanco recién planchado, colgaba del picaporte de la ventana y la capa de lluvia negra con su linda capucha esperaba su turno el día que lloviera y así no se mojara cuando iba a la escuela.

Los miedos de Betita se fueron por ventana y se supone que no volvieron más.
Sin embargo, un escozor la roza trayéndole inquietud cuando se acuesta por las noches en el cuarto de la pensión alejada de la ciudad y recuerda indefectiblemente las manos de hada de su niñez.

3 comentarios:

mercedes saenz dijo...

Muy bien definido el miedo, me recuerda a una frase "nunca se sabe que ocurre debajo de los flequllos. Bien llevado el cuento con todo el entorno de Betita. Me encantó Sonia. y que alivio que se le haya ido el miedo, de esa forma por lo menos. Felicitaciones. Un abrazo. Merci

josé lopez romero dijo...

No puedo menos que compartir las palabras de nuestra amiga Mercedes que define con sabiduría ese miedo que trasunta el personaje tan real de tu cuento. Siempre es bueno regresar a su espacio Sonia, a veces quisiera todo el tiempo del mundo para dejarme llevar por los ríos de textos pero, debo conformarme con un "cada vez que puedo". Mi afecto, y por aquí andaré, chau.

♥ Titi ♪ dijo...

Hermoso el texto!!!

Me encantó.
Un abrazo.
Laura Martinez