La puerta se cerró tras ella con un hachazo a su cuerpo.
Supo que en adelante todo sería más difícil, crucial. En los ojos turbados, no determinaba si con molestia, desengaño o ira, se reflejaron las luces de la calle y erró sonámbula en busca de no sabía qué. Como cuando chica le preguntaba a su madre, parada sobre la cama, ¿mamá, dónde vamos? Y con paciencia la gringa contestaba, a Nápoles.
¿Volvería a su departamento hacia poco pintado, intacto con Van Gogh y Monet en las paredes? ¿Con la biblioteca bullendo letras sabias, Borges, Mogambo, Rayuela? ¿Se sentaría a llorar su despecho o comenzaría un nuevo libro, de ésos que solían agasajarle sus amigos?
Tal vez llamaría a su madre y le relataría, desventurada niña, sus infortunios o al padre que encogiéndose de hombros (ya lo veía), con sus nones diría, esto no, muchacha, esto no.
A él, en un Congreso, lo había conocido. Fuerte. Pronto fue sabedor de sus debilidades, saboteador de sus ideas, tergiversador de sus mejores o peores intenciones. Era un triunfador y no le permitía el mínimo error ni la ínfima flaqueza.
Caminó, caminó. Optó por recogerse en el lugar donde seguramente, el otro, el de los ojos tristes no estaría.
No lo encontró, se sintió más tranquila. Verse con él en ese estado, su fracaso le habría dolido más. Llevaba tiempo con ese lío de nervaduras intrincadas poblando su cabeza. Dolorida, cansada, desganada, se echó sobre el sofá nuevecito blando mullido, hierba recién segada y durmió plácida por un tiempo que le pareció eterno. ¡Hacía tanto que no alcanzaba a un sueño así!
Luego desfilaron entre sueños, agrios epítetos, duros reclamos, ásperos cardones que la sobresaltaron. Un té tibio alivió el estómago de hierros oxidados y esta vez se adormiló. En esta segunda vuelta las tinieblas se serenaron transformándose en un campo sereno poblado de violetas verdes y margaritas naranjas y una oveja lanuda se acercaba a ella y se iba de ella.
Entreabrió los ojos y la ausencia, la de los ojos tristes se encogió a su lado y le cantó al oído y las campanas del carrillón sonaron como nunca.
Supo que ése, el ausente, el que confusa había dejado, era El Hombre.
¿Volvería a su departamento hacia poco pintado, intacto con Van Gogh y Monet en las paredes? ¿Con la biblioteca bullendo letras sabias, Borges, Mogambo, Rayuela? ¿Se sentaría a llorar su despecho o comenzaría un nuevo libro, de ésos que solían agasajarle sus amigos?
Tal vez llamaría a su madre y le relataría, desventurada niña, sus infortunios o al padre que encogiéndose de hombros (ya lo veía), con sus nones diría, esto no, muchacha, esto no.
A él, en un Congreso, lo había conocido. Fuerte. Pronto fue sabedor de sus debilidades, saboteador de sus ideas, tergiversador de sus mejores o peores intenciones. Era un triunfador y no le permitía el mínimo error ni la ínfima flaqueza.
Caminó, caminó. Optó por recogerse en el lugar donde seguramente, el otro, el de los ojos tristes no estaría.
No lo encontró, se sintió más tranquila. Verse con él en ese estado, su fracaso le habría dolido más. Llevaba tiempo con ese lío de nervaduras intrincadas poblando su cabeza. Dolorida, cansada, desganada, se echó sobre el sofá nuevecito blando mullido, hierba recién segada y durmió plácida por un tiempo que le pareció eterno. ¡Hacía tanto que no alcanzaba a un sueño así!
Luego desfilaron entre sueños, agrios epítetos, duros reclamos, ásperos cardones que la sobresaltaron. Un té tibio alivió el estómago de hierros oxidados y esta vez se adormiló. En esta segunda vuelta las tinieblas se serenaron transformándose en un campo sereno poblado de violetas verdes y margaritas naranjas y una oveja lanuda se acercaba a ella y se iba de ella.
Entreabrió los ojos y la ausencia, la de los ojos tristes se encogió a su lado y le cantó al oído y las campanas del carrillón sonaron como nunca.
Supo que ése, el ausente, el que confusa había dejado, era El Hombre.
1 comentario:
Triste, fuerte, prosa que placidamente conduce, posibilidad de sueños, posibilidad de imágenes. Finales opcionales y sobre todo un ritmo nítido en el perfil de ella para terminar diciendo era El hombre,me encantó, te felicito Sonia Una barazo y que suerte que este blog desplegó nuevamente sus alas!!!!! Gracias
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