Judith es tan blanda y tersa como el algodón, tan sutil y suave como la brisa de las tardes que la acaricia cuando se sienta en el banco de granito gris y da rienda suelta a sus pensamientos. Su actitud es como la de la estatua fina, yerta junto a la que se acomoda como en un ritual esttudiado.En una sola mirada no se las distingue. Marmóreas, idénticas en el silencio compartido, en la impúdica desnudez. Apenas sus cuerpos son velados por una tela escueta..
¿Qué espera Judith todas las tardes junto a Afrodita? ¿Aguarda que del cielo caigan gotas para rociar su esbelto cuerpo o tal vez la brisa travesee con su pelo? Pena por la otra con la que la brisa no puede jugar con sus cabellos y sólo le permita sentir su roce.
Judith espera algo más tangible, tan ruidoso como el de un coche y cuando Judith – Erato, que se corona con una guirnalda de hojas y una flor que recoge del jardín oye el rugido del motor y cuando él baje…él, su Hermes ingenioso, el muchacho dueño de sus sueños, ella correrá a sus brazos, él la levantará bien alto, pondrá sus dedos entre sus cabellos y ella sonreirá abrazándolo.
Erato espera a su Hermes y la helada Afrodita, expectante como salida recién del mar, bella y en su rostro todo el amor que ella representa.
La tardes de estío pasan, llega el otoño, detrás el invierno en el acostumbrado ritual. La historia se repite. Las dos están firmes. No se distingue cuál es una, cuál es otra.
La tarde es fría. Se oye el motor esperado y voces de hombres. – Bruno ¿es aquí?, me parece que te equivocás. – Te digo que muchas tardes paso y la veo. - ¿Tanto te gusta? – Sí, en mis noches sueño con ella, he llegado a amarla. -¡Qué raro sos! ¿Te agarró así de repente? – No tan de repente. Llevo un año observándola casi diariamente. Quiero tocarla, acariciarla y que al fin sea mía.
- Bueno Bruno, hoy es la tuya. Está oscureciendo. Si querés acerco el coche.
Bruno, alto, robusto, buen mozo, cruza la verja. Sus pasos apenas hacen ruido. Le fue fácil levantar sin ayuda a la bella Afrodita y entrarla en el camioncito.
¿Qué espera Judith todas las tardes junto a Afrodita? ¿Aguarda que del cielo caigan gotas para rociar su esbelto cuerpo o tal vez la brisa travesee con su pelo? Pena por la otra con la que la brisa no puede jugar con sus cabellos y sólo le permita sentir su roce.
Judith espera algo más tangible, tan ruidoso como el de un coche y cuando Judith – Erato, que se corona con una guirnalda de hojas y una flor que recoge del jardín oye el rugido del motor y cuando él baje…él, su Hermes ingenioso, el muchacho dueño de sus sueños, ella correrá a sus brazos, él la levantará bien alto, pondrá sus dedos entre sus cabellos y ella sonreirá abrazándolo.
Erato espera a su Hermes y la helada Afrodita, expectante como salida recién del mar, bella y en su rostro todo el amor que ella representa.
La tardes de estío pasan, llega el otoño, detrás el invierno en el acostumbrado ritual. La historia se repite. Las dos están firmes. No se distingue cuál es una, cuál es otra.
La tarde es fría. Se oye el motor esperado y voces de hombres. – Bruno ¿es aquí?, me parece que te equivocás. – Te digo que muchas tardes paso y la veo. - ¿Tanto te gusta? – Sí, en mis noches sueño con ella, he llegado a amarla. -¡Qué raro sos! ¿Te agarró así de repente? – No tan de repente. Llevo un año observándola casi diariamente. Quiero tocarla, acariciarla y que al fin sea mía.
- Bueno Bruno, hoy es la tuya. Está oscureciendo. Si querés acerco el coche.
Bruno, alto, robusto, buen mozo, cruza la verja. Sus pasos apenas hacen ruido. Le fue fácil levantar sin ayuda a la bella Afrodita y entrarla en el camioncito.
2 comentarios:
Querida Sonia: Despliegue de imaginación, belleza, historia. Cómo los dioses.! Te felicito, un abrazo merci
Ah¡ amiga. Voy a ver si puedo achicar ese rostro de la bella muchacha. Está muy grande.
Un beso.
Pese a todo me siento a espiar un poquito.
Mil abrazos.Te imaginarás cómo estoy y estamos.
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