Lo atendió como lo hacía con todos. Con la mirada a los ojos del otro, fuerte, blanda, comprensiva a la vez. Estaba acostumbrada a la tez morena, al olor de la leña o el carbón que salía de las ropas inimaginablemente limpias y planchadas, a su trato amable y el de los que venían a la consulta. Siempre primaba el buen gesto, porque ella siempre se adelantaba con una sonrisa.
Ya lo había detectado un día, sentado en un pilar, mirándose las manos, las zapatillas que pedían otras y con esa tristeza en los ojos brillantes que dan la pobreza y el hambre.
Poco fue lo que pude saber del encuentro, por ética, pero sí que quería estudiar. Supongo que contaría alrededor de 18 años, indocumentado y vivía no en el barrio, ni en la villa. Él estaba detrás, en la quema, sobre las ratas, donde las casillas no tienen número.
¿Cuánto podía esa mujer joven, con el beneficio de haber estudiado, hablarle de Freud, Lacan, del psicoanálisis, que sé que emplea como las condiciones lo requieren.
Ya lo había detectado un día, sentado en un pilar, mirándose las manos, las zapatillas que pedían otras y con esa tristeza en los ojos brillantes que dan la pobreza y el hambre.
Poco fue lo que pude saber del encuentro, por ética, pero sí que quería estudiar. Supongo que contaría alrededor de 18 años, indocumentado y vivía no en el barrio, ni en la villa. Él estaba detrás, en la quema, sobre las ratas, donde las casillas no tienen número.
¿Cuánto podía esa mujer joven, con el beneficio de haber estudiado, hablarle de Freud, Lacan, del psicoanálisis, que sé que emplea como las condiciones lo requieren.
Me quedé en el prólogo que me refirió de la consulta, porque con ella y su conducta no hay acceso, justamente por principios. Mas en mi propia versión, imaginé su desolación. La de ella por no responder con las soluciones necesarias y la de él o los demás que los desespera por llegar a algún lugar, mientras la vida pasa al lado de ellos, con, “negro de mierda”,” ¿ por qué no trabajan”? ¿A qué vienen? ¿Por qué no se quedaron en su provincia, en su país? Y entonces como suelo recordar a menudo, pensé en mis abuelos catalanes ricos, que vinieron porque no acordaban con la política española y en los otros, italianos, que igual que como ellos desembarcaron en tiempos de guerra, ellos sabían de comer cucarachas o nada.
¡Cómo cambiaron muchos inmigrantes de otras épocas hacia los de ahora! ¡Cuánta exigencia! ¡Cuánta indiferencia!
Retorné al joven y no me animé a preguntar por él, ya que es confidencial e imaginé los ojos profundos, lustrosos, el hablar, los modales delicados y reverentes venidos del Inca y tuve vergüenza.
1 comentario:
Este cuento me hizo moquear, me llegó a los más profundo. No sólo es una historia de vida, es una lección para todos. Te felicito Sonia. Hay en estos úultimos un estilo de escritura nueva que llega muy lejos. Te abrazo hermana con el corazón. Merci
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