Sofía, medio baja, medio gorda, medio linda, trabajaba en un taller de costura. No tenía más estudios que los primarios. En su hogar no habían habido otras posibilidades. Su papá, día a día en una fábrica de automóviles y la mamá cuidaba chicos y a los inconvenientes se sumaba que vivía lejos de la escuela.
De grandes sueños, ideales, priorizaba hacer el secundario y casi una utopia, estudiar veterinaria. Apasionada por los animales, cualquier nota que encontraba en un diario o revista, la acompañaba hasta la cama.
Asesorados por el primo Horacio se mudaron de barrio, más cerca de la fábrica de automóviles.
La nueva casa era confortable. El alquiler algo caro. Sólo faltaba pintura. Se encargaron de hermosearla.
El día de la mudanza fue una fiesta ubicar los muebles, vajilla y ropas. La embargó de ensueños el observar los tilos de la vereda y las enredaderas perfumadas de las casas vecinas. Sofía presintió que ésta era la puerta abierta a sus sueños.
Al mes de la mudanza, cuando la noche se bañaba de calidez y perfumes, golpes pequeños y contínuos sonaron en la pared del baño. Prestó atención hasta que callaron.
Los golpes se repitieron la noche siguiente. Por la mañana, al salir para el taller, un joven la miraba desde la puerta vecina. La inquietó. Reconoció de inmediato que era lindo.
Los golpes esa noche retornaron y al día siguiente, el muchacho le sonrió. Ella se ruborizó y esbozó una sonrisa.
Todas las noches y las mañanas se repetían los golpes y las sonrisas. Y fueron habituales.
Sofía le confesó a Estela, su compañera del taller lo de los golpes y las sonrisas y ésta no pudo más que opinar que seguramente el muchacho estaba interesado en ella.
Una mañana él se presentó como Esteban y la acompañó al colectivo. De ahí en más, un noviazgo y proyectos de matrimonio.
Sofía pensaba en una boda en la mayor sencillez. Esteban le propuso una fiesta importante, le mostró un chalet que había señado para ellos y le habló del viaje que harían luego de casados. La instó a que eligiera el lugar que prefiriera.
A Sofía se le cumplían los sueños. Esteban estaba dispuesto a agradarla en todo y cumplir con todos sus deseos.
Se hizo el casamiento, viajaron a Mar del Plata y en un atardecer en que la costa estaba espléndida como nunca, sentada en la arena recordó los golpes en la pared del baño.. Le contó cuánto fantaseó, con la seguridad de su interés por ella, de cómo le sonrió aquella inolvidable mañana y su aceptación de inmediato.
Él con una carcajada la abrazó con ternura – Sofía, me costó un mes encontrar el dinero que mi abuelo dejó para mí en las paredes que daban a tu baño. ¿Tuve suerte, no? Los encontré a los dos, al dinero y a vos
4 comentarios:
Podré yo tener la misma fortuna que él? Genial tu cuento. Un gusto leerte.
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Salvador Pliego
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Sonia, que linda historia me has hecho sonreír, los golpes en la pared, no eran de amor jajá.
Bellísimo, como todo lo tuyo.
Un abrazo
María Rosa
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