sábado, 13 de junio de 2009

NEGRITUD

Noche cerrada y en el mundo el miedo que de a poco se apoderaba de él y se instalaba como el océano por las noches en las playas de Sudáfrica .
Sus párpados, bultos de carne rojinegra nunca descansaban. Debía velar por Paty, Gracy y Rose. Las tres mujeres de su vida.
En el silencio nocturno, en quietud, con los mosquitos y los escarabajos que jugaban a vivir, él debía cuidarlas de los mínimos ruidos. Del silencio.
De día, el verdor de los árboles en lugar de brindarle su policromía sólo lo cubrían en oquedad intrincada y lo llenaban de temor. Nel trataba de no padecerlo.
Pero era en las noches en las que en ese profundo silencio podrían surgir los ataques, los golpes, insultos, vejaciones, la destrucción y la muerte en la más tenebrosa intrusión de la vida humana. Hasta estos momentos habían salvado el pellejo. ¿Cuándo sería el fin? Se preguntaba Nel
En seguida del oprobioso trabajo del día, Paty regresaba de servir a los señores y hacían los cuatro una cena frugal, se acostaban las niñas y Nel, sentado en la veranda de la vivienda precaria, monologaba.
Eran diálogos con su yo, inmerso en disquisiciones acerca del por qué. No eran quejas. Nel argumentaba, buscaba respuestas ¿Por qué? ¿por qué era negro? ¿por qué el mal trato? ¡Por qué el mal trato! Si los negros eran tantos ¿por qué y cómo no salían de la sumisión de los otros pocos?
Al tiempo ya no hablaba en soledad, comenzó a trasmitir sus preguntas, sus palabras. Primero en su hogar, más tarde a sus pares y luego a toda la negritud que lo escuchaba. Sus términos exactos, dignos de “Madiba”, “Makulu” (abuelo), es decir Nelson Mandela, pululaban como reguero entre los negros y cada vez tomaba más fuerza, cuerpo y coraje. Sentía las palabras de Mandela, su héroe, “…Durante toda mi vida me he dedicado a la lucha del pueblo africano…”
Al mismo tiempo el poderoso hombre blanco del lugar, lo divisó, lo marcó y fue pronto objeto de más castigos.
Él no bajaba jamás su cabeza apolínea. Sus respuestas puntuales de certera rapidez causaban al vil, irritación y furor.
Los blancos no perdonaban a un negro contestatario.
Padeció cada día más hasta llegar a la reclusión de por vida, por una acusación banal e injusta. En la prisión, como Madiba, siguió atesorando seguidores de ojos dolidos de pena y muerte, a la espera de la nada.
Supe de él en forma casual tras un accidente del avión en que volvía a mi ciudad y allí en Sudáfrica, por medio de amigos me contacté en la cárcel de Rivonia.
Pocas palabras salieron de la boca del hombre. Se acercó a saludarme con correccón, sin servilismo. Mas bien lo hizo con arrogancia propia del orgullo negro.
Ya en mi ciudad, me enteré que el apartheid en Sudáfrica, había sido vencido en las elecciones. Nel, hombres, mujeres, niños, ya electo Mandela que había ganado con el 80% de los votos, aquellos encarcelados sin ley protectora, mal alimentados, en estado límite de indigencia, volvieron a sus hogares.
En una de esas tardes, pasados los años, con cierta paz, Gracy y Rose de novios y Paty que no lo esperó y con nueva pareja, Nel elucubraba. Había perdido su amor, el aleteo de sus pestañas que no se distinguían ni siquiera de día, tan negras ellas, que lo acariciaban con calor. Se encontraba despojado de su calor ardiente, igual de fuerte como el sol que inflamaba sobre su espalda en cada hachazo al cortar leña. No podía olvidar el susurro de su voz pastosa, que en días sublimes saboreó como dulce para un niño.
Hacía calor. Salió hacia el mar en busca de recuerdos y lo vio, al causante de sus penurias, al que se había ensañado con él tantos años, al poderoso hombre blanco.
Todas las tardes volvía a la playa, acercándose más y más al verdugo. Ese fantasma real, ahora con su muy blanco, otrora amarillo y él con sus motas también encanecidas. Lo observaba. Sentado de espaldas frente al inconmensurable Índico, disfrutaba del azul celeste, dorándose al sol. Nel colocaba sus manos detrás de su espalda aún no vencida y dilucidaba ¿ pongo mis manos alrededor de su cuello y doy fin a mi tortura? ¿ acabo con este despreciable que todavía goza de la vida?
La tarde africana era rigurosa. Entre su verdugo y él la voz de Mandela se hizo oír, llegada de no supo dónde “…Mi lucha es la lucha por la armonía e igualdad entre blancos y negros. Vivo para realizarlo…”
Nel volvió en paz a besar sus hijas. En paz para siempre.

1 comentario:

Maria Rosa dijo...

"Volvió en paz a besar a sus hijas", que bello final para una vida tan penosa.
besos amiga!!
María Rosa