sábado, 18 de agosto de 2007

REALIDADES

El faso

No me vas a dejar nunca?El hombre en los ojos tenía la ansiedad brillante de las ascuas pobres del brasero. ¿Qué decís Pituca, cómo se te ocurre que te voy a dejar?
Ayer la miraste a la Maruca cuando vino de visita como si no la hubieras visto nunca… ¿Era la Maruca?...Vos que decís cada pavada. En los ojos del Flaco, ojos que casi no veían, se le notó un leve parpadeo.
No digo pavadas. Me parece que la Maruca siempre te gustó. ¿O no era que andabas con ella antes que conmigo? Pero yo siempre te cuidé al Juan. Al Juan yo lo quiero y me parece que él me ve un poco como su mamá.

El Flaco apenas pudo esbozar una sonrisa. El Flaco se moría y la Pituca se hacía la mimosa. Otra cosa no sabía ni podía hacer.

Se recostó a su lado, en lo que hacía de cama, un colchón que en su época lo habría sido, lo tapó con la manta a cuadros, raída y lo abrazó fuerte y ahí se quedó largo rato. La Pituca pensaba en los momentos pasados al lado de este guiñapo que supo ser un hombretón. El más fuerte del barrio. ¡Tantos años Parque Patricios lo había visto pasar en su carro vendiendo y comprando! .Ahora, el faso, el hambre, lo habían volteado.

Del hospital le traían los remedios pero los fuelles estaban mal desde que era chico. Cuando lo conoció tosía y mucho. Ella lo llevó al hospital una noche como boca de lobo, cuando desde la casilla de al lado escuchó su tos perruna. Ni bien lo vieron los médicos lo internaron. Y salió. Salió bastante bien. Pero él pedía fasos y ella se los daba. Nadie sabía de dónde sacaba la plata la Pituca, pero al Flaco no le faltaban los fasos…ni la Maruca, que venía a hacerle las inyecciones. Todos los días.

En una tos, el Flaco se incorporó. El rojo cubrió la sábana grisácea y ella gritó ¿Me querés Flaco?

Con un parpadeo el Flaco contestó y apoyó la cabeza en la mano de ella.

Te quiero, Flaco, insistió. El Flaco en un último suspiro dijo…y yo.

Con la ayuda de Paco

Sentados al borde de la vía el Nacho y el Juan juegan con sus bolitas. Nacho le dice al otro, si me das el bolón verde te doy cuatro chicas, pero diferentes, Una negra con pintitas que se la cambié al Pedro por el bolón rojo y ahora la tengo repetida y también te doy las tres rayadas que me las regaló el piojo y como son rojas y blancas no me gustan. Yo soy bostero.

En eso están. Pies descalzos, talones sucios, las remeras vaya a saber de quiénes fueron. Pero tienen las bolitas y para cambiarlas se mueven de lugar, se acomodan, las estudian como gemas de las más preciosas.

En la punta del andén nadie los molesta. Sólo que tienen hambre. ¿Vos tenés hambre Juan? Y sí, anoche mi vecina me dio un choripan. Estaba bueno pero hoy en todo el día no comí. ¿Y vos? No, yo hoy comí. La vieja de la casilla verde me dio fideos y hasta mañana tiro.

Las bolitas los absorben. Un camión para muy cerca de ellos Desde adentro de la cabina, el chofer les grita, pibes¿ se quieren ganar un peso?

¿A quién, a mí o a él?

A mí, a mí, grita Juan y corren los dos hacia el hombre del camión. Éste bajó y casi sin mirarlos se ajustó instintivamente el cinto y les mostró un paquete. Bueno, son dos. Entonces 50 y 50. Se van hasta el portón del final y le dan el paquete al hombre que está ahí parado y listo.

¿No decimos nada?, dijo Nacho.

Que los mandó el polaco. Y los dos corrieron los 100 y pico de metros hasta la especie de ser humano que los esperaba.

¿Los manda el polaco? Bueno, che, les regalo este paquetito, es chico, lo prueban y si les gusta, vengan mañana. No le digan nada al polaco.

Queda contar que Juan y Nacho apenas llegaron a los 15 años. El Paco “los ayudó “.

1 comentario:

Willie Heine dijo...

Querida Sonia: Ya lo dije y no me canso de repertirlo, esto es muy importante, los chicos y los grandes no tienen ni tenemos decisión para semejantes embates. Muy bie contado!!! Te felicito. Un enorme cariño. Merci