…y yo recuerdo.
El sábado en que se suponía festejaban el cumpleaños de Inés, el departamento de sus padres se llenó de gritos, insultos, patadas y sangre. Ellos entraron en tropel como toros salvajes. Con un par de culatazos tiraron la puerta abajo y Beatriz y Miguel fueron tomados de sorpresa. A ella le destruyeron la cara preguntando en cada golpe por sus hijas y a él, también a punta de fal lo obligaron a buscar libros, dinero, todo lo de valor que hubiera en la casa. En medio del horror, pidiendo basta, creían que eran vulgares y despiadados asaltantes.Beatriz apenas veía en medio de la sangre que le cubría su cara, pero los borceguíes y el uniforme verde, sí vio. Él aguantaba y ella gimiendo decía que las chicas estaban en un cumpleaños.Después de dejarlos semi muertos, la vivienda saqueada, revuelta, se fueron como entraron, en las sombras, propio de malandras.
La búsqueda que comenzaron fue infructuosa, colegio, iglesias, gente de la policía, ejército. Nada. A las hijas no las volvieron a ver hasta el día que por debajo de la puerta asomó un sobre. En una carta decía Graciela que no se alarmaran, que tenían poco tiempo para pasar a Uruguay, que necesitaban los documentos de las dos, que la esperaba en el café de La Paz al día siguiente a las 5 de la tarde. Al mismo tiempo le advertía que nada les comunicara a Inés y a Rodolfo, el profesor de Gimnasia.
Beatriz preparó los documentos y dada mi relación con ellas por haber sido mi rectora en el bachillerato, me había hecho amiga de Graciela. Esa misma noche me llamó y pidió que la acompañara. No podía dejar de hacerlo. Graciela era mi amiga. Las chicas eran hijas de Beatriz. Estela era muy reservada y distante y por momentos misteriosa. Daba la impresión de ocultar y ocultarse.
Me senté cercana a ellas .Jamás olvidaré el instante febril en que Graciela se dio vuelta, desde la mesa que ocupaba con su madre en el café, a la hora señalada. Comprobé que la quería como nunca y presentí que no la vería más. Pasada una media hora se retiró primero ella y luego la madre que me esperó en la esquina de Corrientes y Paraná, hasta que me acerqué como al descuido Tomamos un taxi, bajamos en Plaza Flores y sentadas en un banco de la plaza, frente a la iglesia San José de Flores, entre la gente, la iluminación, las campanadas y las miradas furtivas de Beatriz a uno y otro lado me refirió que nada había sabido hasta ese día.
Germán militaba con Estela y por ende estaban marcados los cuatro Y el pedido de la no trascendencia de el viaje se debía a que tanto Inés como Rodolfo, eran un s´mil de Astiz en más jóvenes. Ignorante de todo, lloré por ellos. Jamás me escribieron. Jamás los volví a ver.
Cada 24 de marzo voy a la Plaza con Beatriz y su pañuelo blanco.
1 comentario:
Doloroso. Muy. Sin exageraciones, el sólo relato llega hasta el fondo de uno, que no es especialmente el corazón, porque el cerebro no para por no obtener respuesta ante tanta impotencia. Muy bueno Sonia. Con mucho cariño. Merci
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