Pleno barrio Recoleta. La confitería pintaba linda. Mas que linda, pituca. Mesas chicas, redondas, otras bajas largas con sillones de cuero blanco, de los queç uno no puede sentarse por lo bajos y tampoco levantarse por lo cómodos. El periódico importante al descuido, para los habitués elegantes. Le sóno a otro mundo y no se equivocaba. Venía de otro barrio.
Le sobraba el tiempo, mucho, tiempo era lo que le excedía, por lo tanto fue al baño, se miró en el espejo, retocó sus mejillas con algo de rubor. Estaba pálida. Era así, pálida, sin color, desde siempre. Con el nuevo corte de pelo no se vio tan mal. Volvió al salón y eligió una mesa baja con sillones blancos. Hojeó el diario sin interés, nada importante para ella. La cartelera de espectáculos, ¡cuánto hacía que no pisaba cines ni teatros!
Comenzó con su acostumbrada observación. Vaya, dos muchachas jóvenes leían apuntes al unísono, otras dos, más grandes arreglaban el mundo con los ojos y sus manos. La moza que atendía, diría él, era una “gallinácea” pelirroja, por sus pelos parados. Pidió un cortyado. Un chiquilín con su parla deleitaba a una pareja que de seguro ella no era la madre, ¿por qué?. Él, bastante mayor, y la mujer, atendía lo que el niño hablaba a los gritos como si fuera la primera vez que lo viera.
La distraía el chillido de la voz que hacía de fondo, no le daba resuello, cantaba, cantaba, mejor, ladraba.
Tomó el cortado. Decidió escribir. Levantó la vista.
Entró caminando ella. Pisaba a punto de caerse en cada paso, Llevaba encima años y aristocracia. Sola. Sola y se dijo, como yo, como tantas. Otra que tomó su cortado pero contra reloj. Se fue igual que entró, llevada por las piernas inseguras de la edad, tiesas, viejas, amarillentas como su collar de perlas..
Delante suyo y de espaldas, ella y él leían distintos diarios. Se detuvo en la mujer que emitía sonidos como si todos debieran oírla. Cabellos cortos, canos, con rulos marcados con ruleros, comía las masitas de una última cena.
Cuando descubrió el reloj con correa negra en la muñeca de la mano izquierda de él, dejó de escribir.
Comenzó con su acostumbrada observación. Vaya, dos muchachas jóvenes leían apuntes al unísono, otras dos, más grandes arreglaban el mundo con los ojos y sus manos. La moza que atendía, diría él, era una “gallinácea” pelirroja, por sus pelos parados. Pidió un cortyado. Un chiquilín con su parla deleitaba a una pareja que de seguro ella no era la madre, ¿por qué?. Él, bastante mayor, y la mujer, atendía lo que el niño hablaba a los gritos como si fuera la primera vez que lo viera.
La distraía el chillido de la voz que hacía de fondo, no le daba resuello, cantaba, cantaba, mejor, ladraba.
Tomó el cortado. Decidió escribir. Levantó la vista.
Entró caminando ella. Pisaba a punto de caerse en cada paso, Llevaba encima años y aristocracia. Sola. Sola y se dijo, como yo, como tantas. Otra que tomó su cortado pero contra reloj. Se fue igual que entró, llevada por las piernas inseguras de la edad, tiesas, viejas, amarillentas como su collar de perlas..
Delante suyo y de espaldas, ella y él leían distintos diarios. Se detuvo en la mujer que emitía sonidos como si todos debieran oírla. Cabellos cortos, canos, con rulos marcados con ruleros, comía las masitas de una última cena.
Cuando descubrió el reloj con correa negra en la muñeca de la mano izquierda de él, dejó de escribir.
2 comentarios:
Este texto me encantó.Se desliza perfecto, poético, con historia. Y un buen final. Te felicito Sonia. Me encantó Un abrazo. Merci
Estimada Sonia, sus trabajos tinen todo lo que uno busca cuando viaja por distintos portales. La emoción es uno de los ingredientes que me gusta distinguir y que aquí encuentro cada vez que regreso.
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