domingo, 9 de noviembre de 2008


RECORDANDO

Los zapatos le iban grandes, uno o dos números más de lo que calzaba e insolentes los dedos gordos de los pies, pugnaban por escaparse por la abertura de adelante, cosa que le dificultaba caminar. El vestido negro, único, hoy llevaba un cuellito de piqué blanco por adorno. En oportunidades más importantes lo reemplazaban el de raso verde claro o el de encaje encontrado en la caja de su mamá.
Llevaba el delantal dobladito, cosa que no se le arrugara en el camino y los apuntes, (no tenía textos) que había copiado en la biblioteca.
Bajó del subterráneo en la estación Pasteur, el olor del arenque frito la envolvió y se instaló en su flequillo ralo, como siempre partido al medio ¡Imposible llegar peinada!
El tranvía Lacroze, en donde viajó otra vez en el estribo sostenida por alguna mano amiga, había llegado retrasado y no le daban la piernas ni los zapatos para llegar a punto a la calle Charcas.
El cielo se encapotó, seguro que se largaría el agua, se mojaría y entraría a la facultad como pato en la laguna. Por suerte, ésa, que pocas veces estaba de su lado, llegó antes que el chaparrón...


Se perfilaba una tarde sin pena ni gloria. Profesores que faltarían, compañeras que desconocían la ética y el respeto…

La tarde que presentía opaca, terminó en un tardecer y un anochecer luminosos. El placer que sentía dentro suyo, afloraba cuando pasaba por las habitaciones y se acercaba a cada cama de cada embarazada. Ese era su mundo feliz que manejaba a su manera.

Un saludo cordial, un beso, una caricia, palabras de aliento que daba e intuía que eran bien recibidas. Todavía no era el tiempo de la aparición del Método de Parto sin Temor si Dolor.


Escuchó al pasar, ¿viste? hoy vino el ángel de la sala. Por un momento creyó que no era por ella, pero estaba sola. Y se le llenaron los ojos de lágrimas y el pecho se le llenó de orgullo. Sus 18 años, la escasa experiencia, la anonadaba un poco. Utilizaba estampitas de santos, medallas, cruces, la de Cristo, la judía, lo que llevaban las mujeres a parir, y en eso se basaba. Eso hasta la llegada del método al que se abocó con todo.


La tarde que se había pintado oscura y pensar que vendría de vuelta a casa, sola dejando a las gorditas, terminó luminosa.
Él la esperaba en el bar de la esquina, en la Giralda, con un beso en la mejilla, un pimpollo de rosa emergiendo del bolsillo del saco y ¡suerte!, ya no tenía el olor del arenque en su flequillo

4 comentarios:

mercedes saenz dijo...

Querida Sonia, el lunes es el día que tengo un poco libre, sólo un poco. Acabo de leer este texto, me gustó mucho. Me pareció hecho con un definicón tranquila, puntual, poética, la imagen inspira una ternura especial y se lee con mucha placer. Muy buena las descripciones de las vestmentas de la época. En esos tramos hasta parece contado con timidez, para soltar toda la ternura cuándo se acerca a las cunas. Me gustó el final desparramando olores más que buenos. Un beso hermana, Merci

josé lopez romero dijo...

El comentario preciso de Merci me exime de encontrar palabras adecuadas para expresar lo que me ha dejado este buen relato, contado con la honestidad de una amiga común, la Sonia Figueras, dicho con todo respeto. Qué persona tan especial la que describes, se me hizo que es alguien que podría haber conocido, por ese costado tan humano que buscamos incansablemente y he encontrado en esa mujer que visitaba parturientas. Y como remató Merci con su experiencia, ese final con olores me pareció absolutamente real. Mi afecto para vos estimada y porque no, querida Sonia. José

Maria Rosa dijo...

No creo equivocarme, es tu historia, cargada de recuerdos hermosos, y al contarlos te hacen muy feliz, es un placer leerte, aunque me tienes un poco olvidada amiga, y te extraño.
un abrazo
María Rosa

Unknown dijo...

Menos mal que no tenía el olor de arenque en su vestido..., abrazos desde el Perú, Julia