viernes, 20 de abril de 2007


EL REGRESO

Después de tanto tiempo estoy viajando hacia la capital. Me siento inquieta. Hay algo raro en mi cuerpo, bueno, al pensar que regreso después de veintitrés años, es posible justificarlo. En el bolsillo llevo mínimas cosas, poca ropa y unas fotos. El micro se mueve suavemente. Medio adormilada, miro a mi alrededor. Está lleno. De pronto, “los ojos”. Un montón de imágenes me invaden. El Nacional, mi hermano Carlos y Juanfra a la salida para comer una porción de pizza. El negocio, los viejos, “la negra”, Sarita…
Se para el micro y busco un alfajor y los chocolates que mis compañeras de la escuela de Bragado me regalaron para el trayecto. No saben a qué voy a Buenos Aires y yo tampoco. Este viaje siempre lo tuve en un rinconcito, pero nunca claro y me decidí.
Me dije siempre – algún día me animo y vuelvo. Y hoy estoy en el micro que todavía está parado.
Aparecen otra vez las imágenes como de costumbre, muy mezcladas…un chico cuyo nombre nunca recuerdo y que me presenta al grupo; Juanfra, del que me enamoro perdidamente…Juanfra, pelo negro, ojos fuertes, manos suaves. Juanfra que me acompaña en todo momento, también ese día.
El micro arranca y otra vez los ojos…
Estoy pasando por varios pueblos… ¡Cuánta gente por todos lados! ¿Dónde estarán? Nunca supe de la vida de nadie ¡También! Me enterré en Bragado y gracias a “la negra que me consiguió el puesto allí.
Ahora sola, sentada al lado de un desconocido, me doy cuenta que en Bragado jamás hice amistad ni relación con alguien que no fueran los chicos de la escuela, las madres con sus preguntas de siempre y los diálogos tan puntuales y precisos con la Directora.
Sola, sola de soledad, vuelvo a mezclar las cosas…la corrida en La Plaza, el escondite en el baño del Nacional, Juanfra que no está, como los demás, pero los llevo conmigo. Fuera de mis viejos, de él tengo una sola…ahora los gritos, el piso frío, el dolor, el dolor que se repite cuantas veces ellos quieren, el silencio. Ahora otra vez los ojos. Siempre los ojos.
En las noches, en esa hora en la que más me faltan ellos, esos viejos de oro y los otros los que jamás llegarán a viejos y eran tan jóvenes y Carlos y Juanfra, están, están allí, los veo, pero lo que nunca faltan son los ojos. Porque yo, debajo de la capucha siempre los vi. Me las ingeniaba a pesar de alcanzara ver nada más que esos ojos redondos, exaltados, sin pestañas. ¡Los vi tantas veces! Tuve audacia y tiempo para espiarlos… ¿Y la voz? En una ocasión la oí, una sola vez. Una única terrible vez, pero estoy segura de que si la volviera a escuchar la reconocería. Socarrona, jactanciosa…ya no tengo ganas de comer los chocolates ni el alfajor. Cuando paso la película el pánico se apodera de mí, este pánico que me recluyó en ese pueblo de donde hasta hoy no salí.
Es extraño que mis compañeras a pesar de mi distancia con ellas me hayan instado a tomar estas vacaciones ¿les daré lástima?
Me repregunto a qué voy a Buenos aires. La autopista. Estoy llegando. Por fin Retiro. Nada parecido a como era hace veintitrés años. Mi vecino desconocido tarda en levantarse para tomar sus bultos y me quedo última para bajar.
Justo al poner el pie en el primer escalón, se me cae la bufanda. Me doy vuelta y me agacho para agarrarla. Levanto la cabeza…y…ahí…ahí los ojos se clavan en los míos… y la voz, la voz. - Señorita, la bufanda ...
Tropiezo mareada. Camino como totalmente embriagada. Subo a un taxi y le pido que me lleve al domicilio de las Madres de Plaza de Mayo.

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