
Ella también estaba inmóvil. Al tiempo se dio vuelta y se acomodó los anteojos.
Pasó un largo momento en esa contemplación que embellecía el mediodía.
Era la perfecta conjunción. Ese cuerpo de mujer le suscitaba recuerdos, olores de otrora y soledades.
Una ola envolvente, embravecida, salida de los acantilados, arreció.
No atinó a moverse, ni aún cuando la mujer fue llevada hacia adentro, a la inmensidad, tragada por el azul profundo.
Sólo corrió para alcanzar un par de muletas que el mar devolvió.
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