martes, 17 de abril de 2007

Este cuento es un poquitín largo. Uf! Pero está dedicado a una hermosísima criatura amiga mía. Lástima grande que yo le lleve tantos años, pues si no fuera así, podríamos jugar a muchas cosas. Mi gran amiga se llama Camila y nuestra amistad nació el día en que la operaron de apendicitis con un gran éxito y muchos regalos de quienes tanto la aman: mami, papi, la abu, el abu, la tía Marian y por supuesto la NONA.


LAS AMIGAS
Camy nació en una casa muy grande, de numerosas habitaciones, con un jardín con profusas flores, que cuidaba con mucho esmero, Estela, su mamá y las traía a su pedido, Eduardo, su papá. Los papás de Camy habían esperado su nacimiento con tales ansias, que no pasaba un día en que conversaran sobre ello...y qué nombre le pondremos...y cómo pintaremos su habitación...y mira el conejito hermoso que he traído... y era todo placer en la espera de la beba. En especial la tía Marian, que era soltera, no tenía sobrinos y esperaba la hora en que la niña llegara.
Camy creció entre mimos y caricias y estuvo a upa de toda la familia, especialmente de los tíos y los abuelos, como casi todos los chicos. Cuando empezó a gatear parecía verdaderamente un gatito y a todos les causaba mucha gracia, pues era medio regordeta y con mejillas sonrosadas.
Caminó por primera vez justo el día del cumpleaños del abu, en medio de una reunión entre muchos invitados y eso fue un regalo especial para el abuelo, porque la gateadora recién cumplía los nueve meses, considerando que era tan pequeña.
De muy bebita balbuceó las primeras sílabas y al año emitía bastantes palabras, en forma graciosa y bien pronunciadas, lo que daba placer oírla.Todos la querían porque era muy simpática, especialmente cuando sonreía y se hacían hoyuelos en su carita, pero Camy tenía sus ojos marrones y brillantes, tristes.
A los tres años se la veía muy retraída. No tenía con quién jugar, aunque su mamá le compraba muñecas y su papá al volver del trabajo le daba besos, mimos y no faltaba el día en que le contara un cuento. La tía Marian, en su segundo cumpleaños, le regaló un vestido celeste con flores y un sombrerito que hacía juego y al ponérselo le dijeron que le quedaba espléndido. Entre besos, caricias y festejos, en medio de la fiesta, contenta con los regalos recibidos fue corriendo a mirarse al espejo grande de su mamá. En el espejo se encontró con una nena que la miraba. Sorprendida porque no la conocía, acercó su naricita, muy pegadita al espejo para verla mejor. Le gustó la nena del espejo y con un - ¡ hola! ¿ cómo te llamás?, se presentó. Ante el silencio de la otra nena, volvió a hablarle. – Ah, ya sé, tu nombre es Flor. Flor, te dejo, me voy a apagar las velitas. A partir de ese día, Camy iba más de una vez a visitar a Flor, le daba un beso por saludo a su amiga del espejo que la aguardaba allí y le contaba en sus pláticas todo lo que le pasaba. Especialmente el día que tuvo fiebre y debieron llamar al doctor que la atendía desde chiquita y que dado el caso le había recetado un jarabe que era feo pero la estaba mejorando
El año en que la anotaron en el Jardín de Infantes, todas las tardes al regreso, visitaba a su amiguita y la ponía al tanto de las novedades... que había muchas chicas y chicos como ellas...que le gustaba jugar con ellas, que Estefanía saltaba a la cuerda, que Ezequiel le había pegado y la había hecho llorar y Estefanía lo había empujado por malo, pero que no se intranquilizara pues ella seguía siendo su gran amiga y ninguna era tan buena como ella. Cuando su mamá le cambiaba la ropa acudía a Flor para mostrársela y comprobar que vestían iguales, poniéndose las dos muy contentas.
Camy siguió con sus diálogos diarios con su amiga del espejo hasta que su mamá se percató de estas conversaciones que se le habían pasado por alto. Creía que su hija se paraba seguido frente a su espejo porque era más grande que el de su habitación y como era muy coqueta, se veía de cuerpo entero y le gustaba contemplarse. No obstante le preguntó el por qué de tanto acudir para mirarse y tantas veces. Ella guardó silencio y mamá Estela no le dio importancia. En otra oportunidad en que la retó debido a una pequeña travesura, (había comido más de un chupetín y lo tenía prohibido para el cuidado de sus dientes) Camy corrió a lo de su amiga llorando para contarle lo sucedido.
Tenía cinco años, casi seis y la amistad con su amiga del espejo continuaba. Hasta aquella tarde en que Estela la encontró llorando desconsolada, le preguntó qué hacía frente al espejo y ella le refirió que su amiga la escuchaba y la comprendía, pero que muchas veces no le contestaba. Estela trató de entender lo que su hija le decía, pero realmente pensó que a su nena le estaba pasando algo raro, que quizás estuviera enferma y veía cosas que no existían. Esa noche tuvo una charla con el papá. Después de la conversación decidieron consultar con el doctor.
A la mañana siguiente la mamá volvió a encontrar a su hijita frente al espejo, se enojó, la riñó y le dijo duramente que en el espejo no había ninguna niña y por más que llorara entristecida, la retiró del brazo en forma muy brusca. Preocupados, los papás tornaron a hablar con el doctor y llegaron a la conclusión de que la situación no era tan terrible y que era muy seguro que todo se debiera a la espera del hermanito o hermanito que ansiaban, no llegaba y seguro el tema también afectara a su hija.
Cerca de las fiestas de fin de año, sus papás, Estela y Eduardo, tuvieron la certeza del nacimiento de una hermanita, que sería en cercanos meses. Es así que la pequeña, contentísima volvió a contarle a su amiguita del espejo la buena nueva y todos los días le refería las novedades, las compras que hacía con su mamá, el cuarto que arreglaba el papá, el nombre que le pondrían. Hasta que llegó el feliz acontecimiento que fue eso, todo un acontecimiento y por demás fastuoso, en especial cuando Camila pudo tener en sus brazos a Martina y fue a mostrarle la hermanita a su amiga. Se apuró caminando, más, corrió hacia el espejo con Martina en sus pequeños brazos y encontró a Flor con una beba igual que la suya.Cuentan sus papás, que Camila les contó que cuando sus “hermanitas” nacieron, las amigas se despidieron con un beso, amigablemente como lo hacían siempre, porque Flor tenía que viajar por un tiempo y posiblemente tardarían en verse.
Parece que es cierto que Flor debía viajar porque ya no visita más a Camy.

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