Alba Mery, trencitas negras, ojos grandes, vivía encerrada en su habitación todo lo que podía, no fuera cosa que “el maldito” la encontrase. “El maldito” siempre estaba. Poco trabajaba y tenía constantemente un olor como de alcohol, ése, de quemar. Su cabecita no podía entender cómo “mamá” aguantaba que la golpeara tan fuerte. Un día a “mamá” le salió sangre de la boca y una noche la llevó la ambulancia y estaba muy triste. Alba Mery estaba muy asustada. Tenía ocho años.
Le tenía miedo a ese hombre, tanto, que una mañana muy temprano, silenciosamente, encendió dos velas y arrodillándose juró y perjuró que jamás se casaría. Cuando él se le acercaba le invadía el terror, sólo veía la corbata negra delante de sus ojos y después todo negro, negro, en profunda oscuridad y un dolor le partía el cuerpo en dos.
Un día al maldito se lo llevaron en un cajón marrón a un lugar que le dijeron se llamaba cementerio. -¿Está muerto?, preguntó y “mamá”, su “mamá” no le contestó, se fue a un hospital adonde nunca la llevaron para verla y no la vio más. La tía Monona se hizo cargo de ella y un día le preguntó qué pensaba estudiar cuando terminara la primaria.
La tía Monona no era mala. Sólo que cuando le quería hacer un mimo ella se metía en la cama, se tapaba toda y acariciaba la fotografía de su mami a la que le había recortado la cara de él. La tía decía, a esta chica le pasa algo más, cómo puede ser que sea tan arisca, quizás cuando estudie algo que le interese, cambiará. Y la inscribió en la Escuela de Bellas Artes, por su cuenta.
El silencio reinaba en las paredes blancas y los muebles negros del departamento. Sinfonía en blanco y negro, pensó al echar una primera ojeada. Había entrado con la llave que le pareció podría servirle entre las del manojo herrumbrado, luego de probar con otras, una con forma de escudo medieval, que movió a izquierda y derecha y no era; probó con otra apaisada que parecía mirarla con un ojo, seco, como de soslayo, que tampoco abrió hasta que lo logró con una mas chiquita, como de un cofre recién salido del fondo del océano. Mientras abría se le ocurrió - ¿y si estaba entrando a un abismal océano, donde la vida es diferente, murmurosa, de aleteadas suaves con extensiones acariciantes?, no, éste no era el océano profundo. Era el departamento de Alba Mery, pintora extravagante, se decía, de vanguardia, amiga de su hermano Agustín. Agustín le había pedido prestado a la pintora el departamento, porque ella, la Chiqui, llegaba de Mercedes, San Luis, para la competencia de Gimnasia que se hacía en el Club Argentinos Juniors, en la Capital Federal, como todos los años. Al entrar, dejó el bolso en el suelo y se dispuso a examinar.
Aparte del atelier al que apenas le echó un vistazo, porque la pintura no le interesaba, se dijo que podía estar bueno, total, por dos días...Un living comedor dormitorio todo en uno, con una poltrona como cama, mullida, justo para sumergirse en largas y plácidas y deseadas horas, medio la conformó. Almohadones no faltaban, los había por todos lados, siempre en blanco y negro. La división con la cocina consistía en una verja de hierro negro. Pegando un gritito, la Chiqui dijo ¡Alcatraz! Pero la pasó varias veces, se acostumbró a ella y se olvidó del Alcatraz del confín del mundo. Le quedaba ver el baño. Cuando se asomó, todo brillaba...en negro y blanco otra vez. Una gran bañera con patas, antigua, enorme, como para vivir adentro; un espejo “fumé” en blanco y negro abarcaba toda una pared. Ese espejo la asustó, viéndose sombreada ennegrecida y se sumaba, desde un ángulo, vigilante, un botellón blanco con girasoles negros -¿habrá girasoles negros?. Bueno, esta chica para concordar vestirá siempre de negro...
Pero las máscaras la dejaron atónita, no por ser máscaras,¿quién no las vio alguna vez?¡ Horribles! Las más horribles nauseabundas que se pudieran imaginar en algún horrendo pestilente petrificado lugar. Menos la pared del espejo, en las otras de ese baño, una profusión de máscaras ocupaban el espacio tenebroso. Negras, con los huecos de los ojos tremendamente grandes, redondos, con bocas abiertas hasta los extremos, bordeadas de blanco marmóreo; y blancas con los huecos de los ojos gigantes, apaisados, de bocas con muecas espantosas remarcadas en negro total.
- ¿Quién puede usar este baño?, esto es una locura, aquí no entro más.
Y los dos días con sus noches que estuvo en Buenos Aires utilizó el lugar sólo para dejar su bolso. Para lo demás ocupó las instalaciones del Club donde se realizaba la competencia.
Antes de viajar de vuelta a San Luis, dejó una esquela, nobleza obligada, sobre la mesa del living comedor dormitorio agradeciendo el hospedaje ( ? ) y para adentro susurró: chau,“ Dominó “, me voy de esta ultratumba.
Alba Mery no era ni pintora ni extravagante ni de vanguardia. Estudiaba en la Escuela de Bellas Artes de la calle La Porteña, en Floresta, y habiendo visto una máscara en una revista de pintura, se le ocurrió calcarla y pintarla en cantidad en las paredes de su baño. Jugó a pintar en blanco y negro con pinceladas arrebatadas como el pampero cuando sopla fuerte y su baño quedó rotulado por sus compañeros de primer año como pintura de vanguardia,
En Bellas Artes los chicos aprovechaban todo lo que se podía aprender. Agustín se perfilaba bueno por su perspectiva y su gran capacidad para captar colores. Le atrapaba el Barroco, el Renacimiento y algo el abstracto. En cambio, Alba Mery, hacía sociales y así le iba. Puchos, noviazgos, novelones de televisión. Agustín, en tanto, pensaba qué lastimosa era la diferencia que existía con él, luchando, lejos de su casa, con la plata contada, mientras otros perdían el tiempo inútilmente.
La noche que Alba Mery festejó su cumpleaños en su departamento a Agustín le pasó lo que a su hermana. Se dijo que su compañera estaba loca.
AA pesar de ello con el correr de los días se lo vio frecuentarla por los pasillos de la escuela. Salían a caminar, a comer algo, conversando siempre con compartida meticulosa atención.
Cuando Chiqui volvió al año siguiente para la nueva competencia, se le ocurrió pasar por lo de Alba Mery, por curiosidad y por dejarle una nota de saludo. Le preguntó al portero si podía subir para pasarla por debajo de la puerta. Éste, un petiso de lentes oscuros que tapaban sus ojos de insecto vigilante (era otro), la miró y desde su abulia, sacó sus llaves y abrió la puerta. Entró, como había entrado hacía un año, pero esta vez con escalofríos sudorosos, pasando por su retina la blancura y negrura de aquel baño, todo en un clic. Ya dejaba la nota sobre la mesa del living cocina comedor dormitorio cuando a su inquietud se le sumó un olor nauseabundo que venía del baño. Se asomó agarrada de la mano del portero que no entendía nada..
.En la bañera, Agustín, con una máscara negra y Alba Mery (¿era ella?) con una blanca, yacían desangrados.
La Policía se hizo cargo de la investigación. Ni Chiqui ni los compañeros de Bellas Artes supieron jamás del por qué de la determinación tomada...
Eso sí, el día del entierro Chiqui se vistió de negro.
1 comentario:
Querida Sonia: este relato me reultó agradablemente como una novela cortita. Tanto tiene!!! La asociación de los dos colores extremos es muy impresionante, me gusta cómo está hecha.Pero hay tanto contenido en todo lo que sucede !!! Me gusta cómo empieza, cómo termina y la manera de narrar desde un lugar casi pulcro mientras en el cuento suceden cosas terribles. Es muy, muy bueno, Sonia. Te felicito. Todo mi cariño. Merci
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